El contraste entre lo poco que tardo en viajar hasta Zafra desde mi casa en Cáceres y el tiempo histórico que significa siempre ese viaje, que cualquiera podría hacer diariamente, ocupa mi pensamiento cada vez que vuelvo a la ciudad en la que nací. Hoy estoy en esta ciudad próspera y amable, atractiva por sus calles y sus plazas, acogedora por su gente, sobre todo si son viejos conocidos con los que uno no se encuentra desde hace años y que se olvidan de los estragos de la edad para alegrarse por verte. Aunque he venido a Zafra algunas veces por razón de trabajo, nunca lo he sentido así; precisamente por esa condición de casa protectora. En esta ocasión, ha sido una visita técnica que me ha permitido conocer buena parte de las admirables infraestructuras culturales de que dispone este sitio al que cada día me gusta más volver y en el que callejeo sin perder detalle, por lo nuevo descubierto o por lo recuperado en el tiempo. He tenido el privilegio, gracias a Rosa Monreal, concejala de Cultura del Ayuntamiento de Zafra, a Estrella Claver, directora de la Biblioteca de Zafra, y a Gonzalo Lavado Martínez, coordinador de la Casa de la Juventud, a quien conozco desde hace muchos años siempre vinculado con la animación cultural, de visitar el nuevo edificio recientemente rehabilitado del Hospital de San Miguel en el que se ubicarán la Biblioteca Municipal y el Archivo Histórico. Admiración por una inversión así, por una intervención en un bien patrimonial tan preciado que yo recuerdo cuando era un solar ruinoso que se venía abajo; pero también orgullo por contar en tu ciudad con un espacio público que poco a poco —he visto ya estanterías llenas de libros, cajas con vestigios de una reciente mudanza, mobiliario e instrumentos de inminente uso— estará a disposición de la ciudadanía de Zafra. Con Gonzalo luego he podido ver con tranquilidad y con su impagable guía el Complejo Cultural en el que está el Teatro de Zafra —obra del arquitecto Enrique Krahe— y no solo el espacio principal —impresionante, original, sugerente y práctico—, sino una sala de exposiciones y otra de conferencias en las que se han programado y se programarán —después de un tremendo parón o de una inevitable merma— actividades de todo tipo que aquí siempre son recibidas por el público con una extraordinaria respuesta.
El contraste entre lo poco que tardo en viajar hasta Zafra desde mi casa en Cáceres y el tiempo histórico que significa siempre ese viaje, que cualquiera podría hacer diariamente, ocupa mi pensamiento cada vez que vuelvo a la ciudad en la que nací. Hoy estoy en esta ciudad próspera y amable, atractiva por sus calles y sus plazas, acogedora por su gente, sobre todo si son viejos conocidos con los que uno no se encuentra desde hace años y que se olvidan de los estragos de la edad para alegrarse por verte. Aunque he venido a Zafra algunas veces por razón de trabajo, nunca lo he sentido así; precisamente por esa condición de casa protectora. En esta ocasión, ha sido una visita técnica que me ha permitido conocer buena parte de las admirables infraestructuras culturales de que dispone este sitio al que cada día me gusta más volver y en el que callejeo sin perder detalle, por lo nuevo descubierto o por lo recuperado en el tiempo. He tenido el privilegio, gracias a Rosa Monreal, concejala de Cultura del Ayuntamiento de Zafra, a Estrella Claver, directora de la Biblioteca de Zafra, y a Gonzalo Lavado Martínez, coordinador de la Casa de la Juventud, a quien conozco desde hace muchos años siempre vinculado con la animación cultural, de visitar el nuevo edificio recientemente rehabilitado del Hospital de San Miguel en el que se ubicarán la Biblioteca Municipal y el Archivo Histórico. Admiración por una inversión así, por una intervención en un bien patrimonial tan preciado que yo recuerdo cuando era un solar ruinoso que se venía abajo; pero también orgullo por contar en tu ciudad con un espacio público que poco a poco —he visto ya estanterías llenas de libros, cajas con vestigios de una reciente mudanza, mobiliario e instrumentos de inminente uso— estará a disposición de la ciudadanía de Zafra. Con Gonzalo luego he podido ver con tranquilidad y con su impagable guía el Complejo Cultural en el que está el Teatro de Zafra —obra del arquitecto Enrique Krahe— y no solo el espacio principal —impresionante, original, sugerente y práctico—, sino una sala de exposiciones y otra de conferencias en las que se han programado y se programarán —después de un tremendo parón o de una inevitable merma— actividades de todo tipo que aquí siempre son recibidas por el público con una extraordinaria respuesta.