"El alma del hombre es como un espejo en el que la imagen del divino semblante se refleja prontamente".
- Marsilio Ficino.
En la entrada del templo de Apolo en Delfos, allá por el S. IV a.C., se podía leer una inscripción griega elaborada en oro que parecía haberse formulado bajo la forma imperativa de una ley universal: "Yνῶθι σεαυτόν".
La frase "Yνῶθι σεαυτόν" se leía en en su transliteración como "gnóthi seautón" y se traduce actualmente en nuestro idioma como "Conócete a ti mismo".
Ahora, sumemos: "Gnóthi Seautón", "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gn. 1:26), "El ser humano es una forma en la que el universo toma conciencia de sí mismo" y la frase que da inicio a esta publicación del filósofo italiano Ficino. Todas estas frases nos dan como resultado algo que todos sabemos, ya sea que lo hagamos a un nivel consciente o inconsciente.
Desde los albores de la humanidad, la sabiduría hermética tanto como la neurociencia cognitiva y la física cuántica, en tiempos modernos, nos dicen que el ser humano parece esconder en su esencia algo más que lo que revela su sola personalidad.
De hecho, el término persona viene del latín "persōna" que quier decir "máscara". Esto parece sugerir desde ya que el ser humano parece ocultar bajo una "máscara física" su verdadera identidad.
¿Qué tanto puede ocultar el ser humano en su esencia además de arte y creatividad? Pues, al parecer, oculta mucho como para justificar que un templo antiguo lleve en él una frase hecha en oro que, más allá de ser una simple sugerencia, para ser una regla universal: "Gnóthi Seautón", "Conócete a ti mismo".
El alma, el espejo donde puedes observar tu esencia divina.