Gobernosis tremens

Publicado el 07 agosto 2022 por Jmlopezvega

O tro año que me acerco a las ferias, no sabría decir por qué. Nunca juego en tómbolas (es misterioso que gasten en papeletas lo que no vale la 'freidora total'), tampoco intento perforar globos con dardos, ni cazar serpientes de trapo con una carabina vetusta. No lamo azúcares policolor envolviendo frutas multicosecha, ni bebo vinillo añejo -no tanto como el carromato que lo transporta-, ni intento digerir churrascos revenidos. No me subo al tren de la bruja, ni entro al castillo de los horrores y, por descontado, donaría medio hígado antes de esquilarme a esos artilugios que te lanzan vete a saber dónde, para regresar ya veremos cuándo, con las gónadas despachurradas contra el hipocampo.

Mas acudo un año más y deambulo por ese hervidero de atracciones ruidosas, sin fijarme mucho en nada, como rememorando una infancia difusa, que se fragmenta en espejos rotos y acaba saturada de follón.

Aparqué en la explanada detrás del Palacio de los Deportes -ya me costó encontrar un hueco- y al salir veo que un mocetón de la policía municipal anda imponiendo sanciones a infinidad de coches 'mal estacionados'. Contraviniendo la vista gorda que aplicaría cualquier persona normal, pues que el espacio y la norma se ven desbordados por una multitud tan impresionante como circunstancial, el aguerrido defensor del bien común ya iría por su buen segundo talonario de papeletas multatrices. ¿Será normal fuera del trabajo, el muchachote, pero ese día cumplía a rajatabla órdenes de un superior, este sí, a todas luces, anormal?

Ni Ramón y Cajal supiera desentrañar el cerebro del funcionario que, en plenas ferias organizadas por el ayuntamiento, decreta imponer multas a mansalva por aparcar precariamente, justo en las inmediaciones de las ferias que nutren al ayuntamiento y, por ende, al municipal. Trátase de un cerebro idiotizado, incapaz de entender que una familia no puede regar de dinero a los feriantes y apoquinar encima una sanción por una auténtica chorrada. A esas multas gilipollescas, como si los agentes no tuvieran peores delincuencias que perseguir, deberíamos llamarlas 'Otra de Seagal',

Por fortuna, no fui yo el agraviado, así que tal vez vuelva a las ferias el año que viene, pero me da por vincular al municipal multópata con el pijoalcalde de Madrid, que ordena clausurar El Retiro porque hace calor. ¿No es precisamente un espacio verde, con denso arbolado y numerosas fuentes, el mejor sitio para escapar de la sofoquina? Pues no, porque un pazguato con licencia para cortar cintas de inauguración ejerce su arbitrario capricho y solo rinde cuentas ante el comité de asignación de listas electorales, que ya tomará medidas, si eso.

La cosa es que el poder es droga dura y chicle pegajoso, según se mire. Cuando el de arriba manda, a ver quién se le empina, porque le mete un expediente por el orificio más a mano. Si el mandón carece de normas que lo amparen, ya se dotará del oportuno decreto, en la confianza de que los jueces tardarán luengos años en privarlo de razón. El sarcasmo radica en que, transcurridos tan luengos años, el menda/baranda se escuda en que él no sabía nada, que fue cosa de otros funcionarios chungos y él se limitó a estampar bobaliconas firmas. El pijoalcalde dirá que se atuvo a 'sus expertos' y el griñán de turno que bastante tenía encima con acudir a los platós televisivos con austera puntualidad y pensativo rigor.

A lo mejor no es cierto -con los medios nunca se sabe-, pero leo que el consistorio de Vigo multará con 750 euros a quien orine en el agua de la playa. ¡Ya preveo una 'brigada de polis rana' para constatar que un chorro culposo inunda la mar océana! Imagino al tribunal que tenga que reprimir las carcajadas, cuando el sancionado meón alegue la atenuante de tener una próstata floja, pero además jure con ferviente convicción que el poli rana también se alivió a través del neopreno. 'Señoría, el agua estaba fría que pelaba y ni siquiera el Capitán América habría contenido el reflejo churrático'.

Hay una película/comic que no me canso de ver. Un personaje extraordinario, al que el Gobierno putea gravísimamente por el bien común, desenmascara y derriba al mismo Gobierno, que esconde sus trapacerías bajo la forma repulsiva de secretos oficiales por el bien común. Antes de completar su venganza, el héroe proclama una frase lapidaria: 'El pueblo no debe temer a su gobierno, sino el gobierno quien debe temer a su pueblo'. Se le atribuye a Guido Fawkes, un inglés que luchó junto a los tercios españoles en el siglo XVI, pero lamentablemente no ha conseguido que sea verdad. Todavía el gobernante disfraza sus rimbombancias de bien común.