Tuvo que leer aquel titular, por lo menos, tres veces. Según aquellas líneas, que habitaban entre las hojas de un diario casi deportivo de internet, se mudaba al final de la temporada. Retirarse en un fútbol menor, y garantizar así una abultada pensión, era la supuesta meta. Primera noticia que tenía sobre su futuro. Acababa de terminar una digna cifra goleadora, aunque cierto es que las rodillas no aguantaban el ritmo de antaño. Pero de ahí a vivir en la otra punta del mundo...
Pasó toda la mañana convenciendo a su madre de que no viera más programas deportivos, que no se mudaba a ningún sitio y seguiría viendo a sus nietos como cada fin de semana. Con su mujer logró, al cabo de un par de horas, convencerla de que no le había ocultado su intención de cambiar de país por unos ceros más en la nómina. Tenía cada noche a un reportero en directo, en la puerta de su casa, y a la salida de los entrenamientos para sus declaraciones al respecto del bombazo informativo de la semana. No era tan mayor para pensar en jugar en ligas menores, y menos aún debido a que lo dijera Twitter. Su plan era el silencio y que el bulo cayera debido a su propio peso de falsedad.
No cesaban los comentarios. Los retweets crecían por minutos, aumentaban los "entendidos" que analizaban el absurdo en sus redes sociales. Había marcado auténticos golazos, y alzado trofeos a lo largo de su carrera deportiva, que levantaron menos revuelo. Incluso sus compañeros le intentaban convencer de que se quedara, que no se fuera a un destino para el que nunca sacó billete. Es raro ser el último en saber que quería irse al extranjero por una millonada. La afición sacaba pancartas en cada partido de ánimo y que no les dejara. El presidente anunció que su número se retiraría. Y las redes seguían ardiendo.
Y cometió el error de responder el tweet maldito. Respiró aliviado al principio creyendo que así pondría fin. Lo que logró fue lanzar madera al incendio. Varios periodistas le recriminaron que atacase la libertad de prensa, sus compañeros le empezaron a hacer el vacío. Advertían que el que hubiese firmado un cheque millonario no le daba derecho a tener esos humos.
Finalmente, se convocó una reunión entre él, la directiva y el mister. Le recriminaron su falta de seriedad. El movimiento de querer irse y ahora no. Le echaron en cara que ya habían firmado un sustituto, mucho más joven y caro a expensas que se cerrase su traspaso. Resumiendo, le aguardaba el banquillo tras más de ocho años ofreciendo lo mejor de sí en el terreno de juego. No entraba en su cabeza.
Del banquillo pasó a no ser convocado nada más que para los partidos insignificantes. Su administrador llamaba emocionado cada mañana preguntando por el cheque y dando consejos sobre dónde debía invertir.
Su mujer no le hablaba, sus hijos tuvieron que mudarse de su colegio a uno bilingüe. Todo debido a que a su madre le pareció buena idea que aprendieran su futuro nuevo idioma. Su madre lloraba por el mal hijo que le había tocado.
Tras una semana, todo volvió a la normalidad. Tal como llegó la tormenta, se calmó. Su mujer le proponía planes de verano y su madre volvía a invitar a las paellas de domingo. Incluso el entrenador le incluyó, como suplente eso sí, en el partido de final de copa. Aunque al igual que en la película mítica de Alfred Hitchcock los pájaros, esta vez virtuales, seguían al acecho.
En el mismo instante que salía al verde, Twitter anunciaba su fichaje por el eterno rival que, además, les ganó la Copa en los penales. Una gran ola se llevó la calma. Su mujer gritaba que qué clase de valores estaba trasmitiendo a sus hijos, sus compañeros directamente ni le miraban. Fue convocado con el filial. Su administrador seguía aconsejando sobre cheques que no llegaban, es difícil si no existen.
Y fue así cómo en una mañana tormentosa de verano, con una gorra y unas gafas de sol para evitar ser reconocido, se subió al primer avión que salió del aeropuerto rumbo a lo desconocido. Eliminó sus perfiles virtuales y pidió un whisky doble. Cuando estiró las piernas y se disponía a una larga y reconfortante siesta, rio nervioso al oír el ruido que delataba las fotos sacadas con el móvil de la azafata.