Goles Deluxe Retro: El día de mi muerte

Publicado el 23 junio 2012 por Marianofusco

(publicado el 10 de noviembre de 2001, día del partido homenaje a Diego Maradona en La Bombonera, en el diario “La Capital” de Mar del Plata, y en el libro “Pelota Cibernética”, de Vito Amalfitano, aunque no con ese título).

Estoy muerto desde 1986. Soy un puñado de cenizas que, de tanto en tanto, regresa a la orilla sobre la grupa del mismo oleaje que se llevó a Alfonsina.

No tuve velatorio. Nadie me lloró. Nadie cavó mi sepultura. Nadie me echó la última tierra. Nadie rezó un responso por mí. Nadie guardó luto, ni siquiera mi madre. No hubo flores con hipócritas mensajes ni pésames de ocasión. No hubo trasnoche con café y bostezos. No hubo anécdotas ni bromas macabras. Tampoco lamentos. No flamearon al paso de la carroza sus pañuelos de viudez ni Techa, ni Rosa, ni Susana, ni Diana. Nadie se quebró en la mitad de un discurso. Nadie acarició mis manos pétreas ni se compadeció ante mi rostro céreo. No aparecí en las necrológicas de “La Capital”.

No le enronqueció aún más la voz a Ciano en las cámaras. Vilchez no abrió la mañana con Alberto Cortez cantando “Cuando un amigo se va”. Morales no hizo ninguna referencia a aquel muchacho tímido que conoció en los pasillos penumbrosos de LU6. Zanoli no recordó cuando me hizo relatar un pedazo de Independiente-Los Andes por el ascenso de la Liga. Secuelo no dijo nada en nombre del Círculo de Periodistas Deportivos de Mar del Plata. Mejor: me incomodan las despedidas.

Pero yo estoy muerto desde 1986. Mis amigos del barrio Los Pinares dicen que mi voz aún resuena en la esquina de 180 y Estrada estirando el eco de un gol dentro de una lata de puré de tomates La Campagnola. Es sólo una leyenda. No recuerdo haber utilizado otro micrófono que no fuera el Shure de don Ángel Pedro Fortini.  Tampoco ellos, mis amigos, cargaron a pulso mi muerte allá adelante. No te vi, Flaco Concetti. Ni a vos, Tumba Díaz.

Tampoco a vos, Vasco Goycochea. Ni a Pelé, ni al Zurdo Rodríguez, ni a Pepe, ni al Flaco Echezarreta, ni al Loco Lima, ni a Juan Boliche, ni a los Silva, ni al Negrito Olivitto, ni al Sapo Ruiz, ni al sanjuanino Alfredo. Y no mientan más atajadas que nunca hice en la cancha del Toti Sanganías.

Soy un cadáver que ya tiene quince años. Pero nadie lo sabe. Es más: hay quienes creen verme escondido tras una larga barba blanca casi tolstiana, con los pelos largos cabalgándome sobre los hombros algo vencidos.

Otros dicen que vivo en Buenos Aires, cerca de Platense, cerca del Polaco, y que suelo cantar a dúo con él “Afiches”. Macanas. No se dejen engañar. Tampoco es cierto que algunos domingos me siento a matear sobre las escaleras de lo que fue el Hotel Old Boy’s, donde me crié, viendo cómo regresan las lanchas amarillas mientras un tiovivo de gaviotas la escolta hacia el puerto.

Yo morí en 1986. Exactamente el domingo 22 de junio de 1986. Fue un infarto, como mi viejo. Y lejos, bien lejos de Mar del Plata, del estadio San Martín, ahora supermercado, del café Tobago, ahora tintorería, de los pases negros de Loyola y de los goles colorados de Eresuma. Fue en la tierra de Monteczuma, de Pancho Villa, de Pedro Páramo y el llano en llamas. Y yo ahí, relatando bajo un sol que se aloja en la frente como un balazo sin orificio de salida. Estoy contando como van pasando de largo Butcher, Fenwick, Bearsdley, Peter Reid, Gary Stevens… Siento un dolor de pecho insoportable. Pero debo seguir, como sigue él, dejando a Shilton sembrado sobre la hierba.

Y el corazón se me explota. Y grito. Y es el grito más feroz de toda mi vida, incluso superior en decibeles al del día de la parición. El paisaje desaparece como una película que se está velando. Ahogado, logro redondear el grito. Y caigo, como él. Y mi cabeza golpea pesadamente sobre el pupitre. Ya no escucho nada. Ya no siento nada.

Alguien me arrastra velozmente hacia la oscuridad. Y me hundo en la noche más profunda y definitiva. He muerto.

Con el gol más grandioso en la boca. Y está bien. Es así como debe morir un relator.

***

Es un sueño recurrente. Acaso porque no estuve en México. Qué contradicción: le debo la vida a la desocupación de aquellos días.

¿Que tuve suerte? No, error: hoy quisiera ser un puñado de cenizas regresando de tanto en tanto a la orilla sobre la grupa del mismo oleaje que se llevó a Alfonsina.

¿Que soy trágico? Por favor: morir de semejante gol es un regalo de todos los dioses juntos.

¿Que exagero? Y bueno, soy relator.

Chau, Diego… Hasta la victoria siempre.

Walter Saavedra

Hoy, Viernes 22 de Junio de 2012, se cumplen 26 años de aquel Argentina-Inglaterra, en el que se hizo esto.