Gus Lobel, un viejo ojeador de béisbol de los Braves de Atlanta, afronta un momento difícil en su carrera. Sus métodos se están quedando obsoletos debido a las nuevas tecnologías que controlan el negocio, tiene problemas de vista y los directivos del equipo han decidido darle una última oportunidad para decidir si renuevan su contrato. Su vida atraviesa un momento delicado, por lo que deberá pedir ayuda a su hija, Mickey, con quien mantiene una relación distante.
Después de su despedida del mundo de la interpretación con la sensacional Gran Torino, a muchos nos pilló por sorpresa la noticia de que Clint Eastwood, leyenda del cine, volvería a ponerse delante de las cámaras. En esta ocasión no sería para un proyecto propio, sino que se trataría de un favor personal, pues protagonizaría el debut en la dirección de Robert Lorenz, su amigo y ayudante de dirección. El resultado ha sido Trouble with the Curve (aquí traducida como Golpe de efecto), una película interesante que bebe de las características del cine de Eastwood y cuenta con buenas interpretaciones.
El guión de Golpe de efecto, escrito por Randy Brown, nos presenta una historia amena que gira alrededor del mundo del béisbol, incluyendo varios tecnicismos con los que es fácil familiarizarse a medida que avanza la película. Sin embargo, el conflicto no surge en torno a este deporte, sino a la relación entre el protagonista y su hija, lo mucho que se han distanciado con los años, las dificultades que tienen para comprenderse y ciertos traumas del pasado que les persiguen. Éste es uno de los puntos fuertes de la película y en él se aprecia la influencia del cine de Eastwood, que trata los conflictos paternofiliales entre otros temas; si bien es cierto que Golpe de Efecto no es tan profunda, tan oscura ni tan redonda como las grandes películas de Clint. Se queda en la superficie del asunto y se echa en falta el simbolismo propio y la humanidad de los trabajos del director de San Francisco. También hay un acercamiento interesante a la vejez, sin llegar al nivel de introspección de Gran Torino, eso sí.
De todas formas, Golpe de efecto entretiene en todo momento, lo cual se debe en parte a la buena labor de Robert Lorenz tras la cámara. Ha optado, y con acierto, por un estilo clásico, nada recargado, que saca buen partido a la historia y centra la atención en los personajes y sus emociones, y hasta incluye un guiño a Harry el Sucio. El apartado técnico está muy cuidado en general, y los colaboradores habituales de Eastwood también trabajan en esta película, como por ejemplo Joel Cox (montaje) y Tom Stern, con una fotografía espléndida. La banda sonora corre a cargo de Marco Beltrami (El tren de las 3:10), que aquí cumple sin más.
El reparto es, din duda, uno de los aspectos más atractivos de esta película. Como protagonista, Clint Eastwood realiza un gran papel, llena la pantalla cada vez que aparece en ella y nos ofrece una interpretación contenida, con mucho carisma y ciertos rasgos de Walt Kovalski, el cascarrabias protagonista de Gran Torino, sólo que esta vez su personaje (curiosamente opuesto al de Brad Pitt en Moneyball, también dedicada al mundo del béisbol) está más suavizado. Eastwood demuestra un saber estar formidable y una gran química con Amy Adams, quien interpreta a su hija. Esta última se ha convertido en una inmensa actriz en los últimos años, demostrando dominar varios registros y siempre dando lo mejor de sí misma en pantalla, ya sea en proyectos tan dispares como The Fighter o Los Muppets. Les acompañan grandes secundarios como Robert Patrick (para mí siempre será el T-1000 de Terminator 2) y un recuperadísimo John Goodman, quien también derrocha carisma como el fiel amigo del protagonista. Por suerte, Justin Timberlake no aparece demasiado en pantalla y está comedido en su papel, aunque no resulta tan acertado como en La red social. Por último, merece la pena mencionar la participación de Kyle Eastwood, hijo de Clint, que ya había aparecido antes en varias películas de su padre.
Inesperado regreso de Clint Eastwood a la interpretación, Golpe de efecto es un drama ligero centrado en la difícil relación entre un padre y su hija con el mundo del béisbol como telón de fondo. Acertado debut en la dirección de Robert Lorenz, resulta una película amena, que comparte rasgos con la filmografía de Eastwood sin poseer tanta fuerza, y además cuenta con un espléndido reparto.