
Quizá ya esté todo dicho acerca del estilo del cuentista palentino: la neutralidad que muestra hacia sus personajes, la frialdad, el cinismo, esa precisión de cirujano a la hora de plantear cada uno de sus cuentos. En definitiva, todo lo que concierne alrededor de su forma de ver el mundo está presente en su obra. Y que, consciente de ello, el propio escritor levanta con músculo de boxeador cuento a cuento y libro a libro, de una forma admirable. Calcedo no precisa darnos una golosina en forma de happy end en sus relatos, porque esa no es su posición. Carver tampoco lo hacía, aunque la versión original de sus relatos fuese más edulcorante que después de pasar por el filo de la navaja estilístico de su editor, pero Cheever tampoco nos mostró una América feliz, sino más bien todo lo contrario al reflejar una sociedad redentora de sus propios pecados. De ahí, que este libro de relatos de Calcedo sea frío y distante como el mundo en el que vivimos, y que marche adherido a las desgracias propias del ser humano, a ese oscuro y desgraciado destino que nunca somos capaces de superar. La novedad estilística, si la hay, en esta recopilación, es la profusión de diálogos cortos y ásperos que nos van dando las pistas y dibujando el semblante de cada personaje, hasta que llegamos a la conclusión de una historia que no siempre tiene que quedar cerrada. Chéjov se mostraría muy orgulloso y complacido al leer los relatos de Calcedo, porque sin duda, es uno de sus alumnos más aventajados a la hora de mostrarnos la grieta existente en el alma de cada ser humano; una apertura que nos invita a la reflexión; a la bendita reflexión podríamos añadir, de la que nos encontramos tan huérfanos hoy en día.
Otra de las características presentes en casi todos los relatos es la ruptura de la pareja; y esa desconsoladora sensación de andar perdidos que acoge a los personajes abandonados. La ausencia de unos objetivos para los que no hemos sido programados, incide de una forma contundente en esa otra vida no soñada. La realidad, entonces, se rebela contra los sueños y anhelos que nos han inculcado desde la infancia. La resistencia ante la vida no declarada de los sentimientos se transforma en un leitmotiv corrosivo e intrigante a la vez, pues no siempre es placentero aunque tenga suficientes dosis de liberación, porque de eso se trata, de adentrarnos en una senda oscura y salvaje que desemboca en los límites de un profundo acantilado que nos señala las oquedades del abismo, y no sólo el nuestro, sino el de los demás.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.