En un lugar de La Mancha, a orillas del Júcar, semiperdido en mitad de una frondosa chopera, se encuentra un suntuoso palacio al estilo del de Versalles. Mandado construir, hacia 1902, por Don Enrique Gosálvez, tras la venta de una pequeña fábrica de papel, propiedad de la familia, a Papelera Española.
En la construcción de “El parque”, como llamaban al palacio la familia Gosálvez, Don Enrique no escatimó en toda clase de detalles decorativos y constructivos, encargando el proyecto a Luis Sainz de los Terreros Gómez, un joven arquitecto que comenzaba a despuntar en Madrid.
El edificio tiene planta con forma de “U”, en el hall de entrada una escalera imperial comunicaba los tres niveles de que consta el cuerpo central, coronado por una gran mansarda. En el centro de esta cubierta, hoy medio derruida, a duras penas se sostiene una linterna acampanada que debió de servir para dotar de luz al fastuoso hall y a su escalera.
Las alas laterales disponen de entresuelo y planta principal y en ellos se encuentran salones, habitaciones y cuartos de baño.
Algunos de estas salas recibieron el nombre de las decoraciones, así había una “sala árabe” por los motivos geométricos del alicatado del zócalo, una “sala oriental” decorada con papeles de arroz pintados a mano y cañas de bambú en los zócalos y ventanas, un “salón de los espejos” entre cristales y pinturas al fresco y un “salón de la chimenea” presidido por una escultórica chimenea en la que se encuentran talladas las iniciales de Enrique Gosálvez.
El palacio fue habitado por los Gosálvez durante 30 años. Con la llegada de la Guerra Civil los negocios de la familia entraron en declive y el edificio fue confiscado por el Gobierno Republicano y usado durante la guerra como maternidad y albergue infantil, para las mujeres y niños que llegaban como refugiados desde el frente de Madrid.
Desde el fin de la contienda hasta la actualidad, para mí es todo un misterio los usos o sinusos que haya podido tener este formidable edificio. Lo cierto es que en la actualidad el edificio se derrumba a pasos agigantados, debido sobre todo al robo –en la última década- de las placas de zinc que cubrían la cubierta. Desprotegido de la lluvia, el agua se cuela hasta los cimientos, pudriendo toda la estructura –principalmente de madera-. Gran parte de los forjados se han caído y el acceso a las plantas superiores y al sótano ya es imposible, pudiéndose acceder tan sólo a algunas pocas salas y pasillos de la planta principal.
Dice, Mariann Leándrez, tras la visita que realizó al palacio durante el verano de 2004:
“Ya no podía visitarlo como hacía tres años, subiendo por sus escaleras y recorriendo todas las salas en las cuales se podían admirar los restos de sus decoraciones, recordándole lo maravilloso que seguía siendo. Esta vez todo a mi alrededor era quebradizo y herido. A pesar de mi valentía en lugares como ese, en los que no pienso en el peligro que a veces corro al intentar acceder a rincones impenetrables, no podía por más que retroceder.”
En el 2006 el palacio y los terrenos colindantes -donde todavía se encuentran, en mejor o peor estado de conservación, las garitas de los guardeses, las caballerizas, una ermita y algunas fábricas propiedad de los Gosálvez- fueron adquiridos por Juan Miguel Núñez, copropietario del popular Hotel Juanito de La Roda, con la intención de rehabilitar los edificios convirtiendo la finca en un complejo hotelero.
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Fuente: Tébar Toboso, Benjamín. “La maternidad de Villalgordo del Júcar durante la Guerra Civil” en: La Guerra Civil en Castilla-La Mancha, 70 años después. 2006.