Al cabo de un par de años Atanagildo protagonizó una rebelión contra el rey en Sevilla, una gran ciudad habitada por muchas familias de la aristocracia hispano-romana.
La rebelión desembocó en una guerra civil durante el transcurso de la cual Atanagildo solicitó ayuda al emperador Justiniano, que envió a sus tropas.
La contienda duró tres años.
Al cabo de ese tiempo los godos, temiendo que Justiniano aprovechara sus luchas internas para apoderarse de Hispania, decidieron ponerle fin asesinando a Agila y reconociendo como rey a Atanagildo.
El nuevo monarca eligió como capital a Toledo, y allí residía toda la corte. Tenía dos hijas de Goswinta: Galswinta y Brunegilda, que alcanzaron la edad casadera durante los últimos años del reinado de su padre.
El rey Sigeberto I de Austrasia eligió por esposa a Brunegilda, a quien Gregorio de Tours describe como bella, virtuosa, juiciosa y de trato agradable. La boda se celebró en Metz, y tras el enlace la nueva reina abjuró del arrianismo para convertirse al catolicismo.
Logró anular su matrimonio para poder desposarla, de modo que, con Audovera en el convento y libre ya el rey del obstáculo que hubiera impedido el enlace, la hija de Atanagildo partió hacia Neustria. Su esposo la recibió en Rouen y tras la boda también ella, al igual que su hermana, abrazó la fe católica.
El matrimonio fue un fracaso desde el principio, porque Chilperico no cumplió su palabra de alejar a sus concubinas y continuaba siendo el amante de Fredegunda, una aldeana franca que servía en palacio. Galswinta, descontenta, quiere regresar a Hispania, pero, aunque se muestra dispuesta a entregar la dote y abandonar incluso las ricas joyas que ha traído consigo, el rey la retiene con engaños y la hace estrangular en su lecho. Poco después Chilperico se casaba con Fredegunda.
Este asoció al trono a su hermano Leovigildo, quien se hizo cargo de las provincias de Hispania mientras Liuva gobernaba el territorio al norte de los Pirineos. Leovigildo decide reforzar su poder aliándose con la familia del rey difunto, y para ello se casa con la viuda.
Goswinta era mujer inteligente y con gran sentido político, pero también una arriana fanática y, según Gregorio de Tours, la principal instigadora de las persecuciones contra los católicos en tiempos de Leovigildo.
Este tenía dos hijos de su primer matrimonio: Hermenegildo y Recaredo, ambos asociados al trono desde muy jóvenes. Goswinta maniobró para que el mayor, Hermenegildo, se prometiera con Ingunda, la hija de Brunegilda y Sigeberto.
Ingunda, apenas una niña, llegaba a su destino en el año 579, pero la felicidad de Goswinta pronto se troca en decepción: la fe católica de su nieta era sólida, y no aceptaba convertirse al arrianismo. Viendo que la persuasión no daba frutos, la reina probó métodos más drásticos y llegó a maltratarla: la agarró del cabello con fuerza, la derribó y comenzó a cubrirla de golpes y patadas que la dejaron ensangrentada. A continuación ordenó que fuese arrojada a la piscina bautismal arriana, pero ni siquiera bajo tan graves circunstancias cedió un ápice Ingunda.
Así las cosas, el ambiente era irrespirable y la convivencia entre ambas un imposible. Leovigildo había confiado a su hijo el gobierno de la Bética y, para aliviar la tensión, se ocupó de el joven matrimonio abandonase cuanto antes la corte para residir en Sevilla.
Una vez allí, fue Hermenegildo quien abrazó el catolicismo, por influencia de la esposa y del obispo San Leandro. Ese mismo año se rebela contra su padre y se proclama rey en los territorios que gobernaba, comenzando así una guerra de cinco años. Finalmente el príncipe fue hecho prisionero y moría a manos del carcelero Sisberto.
El triste destino de la princesa no fue lamentado por Goswinta, que por razones de Estado tampoco tuvo empacho en negociar el matrimonio de Recaredo con la hija de Chilperico y Fredegunda. No se detuvo ante la consideración de que Chilperico era el asesino de su hija Galswinta, y si la boda no llegó a celebrarse fue tan solo porque el rey de Neustria moría cuando la novia ya estaba a punto de cruzar la frontera.
En el año 586 fallecía también Leovigildo, pero ello no supuso para la viuda su retirada de la vida pública. Por el contrario, Recaredo hubo de alcanzar un acuerdo con ella en virtud del cual la reconocía como su propia madre. El joven siguió sus consejos y fue un continuador de la política que ella había impulsado. Se trató de nuevo el asunto del matrimonio con una princesa franca, esta vez hermana de Ingunda, pero, dadas las malas experiencias de aquella princesa en la corte de Toledo y su trágico final, en Austrasia no aceptaron la propuesta.
Para entonces Goswinta ya era anciana y una catarata blanca velaba uno de sus ojos, pero sus energías no se hallaban mermadas. Ni siquiera logró fulminarla el peor de los golpes que se le podía asestar: la conversión de Recaredo al catolicismo cuando aún no llevaba un año de reinado. La anciana reina guardó silencio, pero cuando en dos ocasiones los arrianos trataron de sublevarse, ella se lanzó con vigor a las conspiraciones.
Junto con el antiguo obispo de su fe, urdió una conjura contra Recaredo. Descubiertos ambos, el obispo fue exiliado mientras que el destino de Goswinta resulta incierto en las crónicas, que nos cuentan, de forma muy ambigua, que “llegó al fin de su vida”, algo que sugiere que tal vez la muerte no se produjo de modo natural.
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