Supongo que muchos vagamos en busca de emociones y, agraciados de vez en cuando, las vamos hallando. El lunes pasado escuché algo que me conmovió: el Goya concedido a J. A. Ballona por su dirección de Lo imposible acabará reposando en el fondo del mar. María Belón, cuya historia real ha servido para apoyar el guión de esta película, ha decidido que no merece ser la depositaria definitiva del galardón al mejor director del año. La propia Belón lo anunciaba durante una entrevista en la radio, y eso resultaba ser de lo más conmovedor que he oído recientemente. Un día más, algo me traía otra emoción que echarme al corazón.
"La tentación de quedarme con este Goya es tan grande... es tan bonito, significa tanto... Esto no es mío, se va a ir al fondo del mar, que es donde pertenece, a las 230.000 personas que nos han inspirado. Por primera vez en mi vida he entendido la tentación de quedarte con algo que no es tuyo, pero no puede ser."
En este instante tal vez el busto del gran pintor esté viajando hacia las profundidades de un mar que no tiene que ser necesariamente el tailandés. Podría ser otro cualquiera, pues todos los mares son uno solo. Y quizás se cruce en su descenso con el piano de Ada, que se dirige también solitario al abismo.
"... Qué muerte, qué suerte, qué sorpresa, ¿mi voluntad ha elegido la vida? Por las noches pienso en mi piano, en su tumba del océano y a veces en mí misma flotando sobre él. Allí abajo todo está tan inmóvil y silencioso que me arrulla y me endormece. Es una extraña canción de cuna, así es, y es mía. Hay un silencio donde no ha habido sonido, hay un silencio donde no puede haber sonido, en la fría tumba, bajo el profundo... profundo mar."