Cuando en la pasada década de los años 70 sonaba la radio en mi casa, lo hacía sobre todo a primera hora de la mañana, mientras nos acicalábamos para ir al colegio, al tiempo que escuchábamos la voz de Juan Manuel Gozalo. Mi padre tenía la sana costumbre de encender aquel transistor, que se oía por una buena parte de la vivienda, para conocer las noticias que emitía quien podía hacerlo: Radio Nacional de España. Y a esa temprana hora, lo recuerdo muy bien, el hombre de los deportes –lo que a un chaval de unos 11 o 12 años como era yo, más le interesaba– era Gozalo.
Fueron detalles como ése los que, quizá, con el paso del tiempo, me llevarían a decantarme por esta profesión. Años después, a comienzos de la década de los 90, conocí a Gozalo en una reunión a la que fui convocado en la Casa de la Radio, en Prado del Rey. Nada más entrar a aquella sala, me pareció un personaje singular. Luego, tras ese primer encuentro, hablamos alguna vez por teléfono e incluso a través de las ondas.
Siendo director del mítico Radiogaceta de los deportes –eso sí que es un nombre de verdad para un programa de radio– recaló un día por Sevilla, donde yo me encontraba dirigiendo los Servicios Informativos, y tuve la oportunidad de compartir con él, con el entonces jefe de deportes de RNE, Chema Forte, y con quien era el director de RNE en Andalucía, mi amigo Carmelo Olaso, una comida inolvidable en un coqueto restaurante del corazón de tan enigmática ciudad. Lo pasé en grande en esas dos horas que estuvimos juntos, oyéndole contar mil y una anécdotas. En algún momento de aquel almuerzo, recordé al niño que escuchaba la radio matutina antes de irse al colegio y la peculiar voz que transmitía la información deportiva a tan temprana hora. No me resistí a contárselo y, cuando lo hice, Gozalo esbozó una de sus pícaras sonrisas. Tras la comida, nos fuimos a la emisora y me pidió una mesa y un ordenador para preparar el programa de aquella tarde/noche. Le ofrecí mi despacho, oferta que declinó de inmediato: “Prefiero en la redacción. No soy hombre de muchos despachos”, me dijo.
Aquella fue la última vez que nos vimos. Un ERE provocó su marcha de una empresa a la que dedicó 36 años de su dilatada vida. Fue emocionante escuchar su despedida ante el micrófono de RNE, del que dijo se iba “infinitamente orgulloso, aunque con la lógica tristeza”.
Hoy he leído varios de los obituarios que de él se publican en la prensa. Otra de las voces de siempre del deporte en RNE –con Joaquín Díaz Palacios o Joaquín Ramos– y que ya no están en activo, Santiago Peláez, con quien como con casi todos mantuvo sus tiras y aflojas, cuenta en el suyo cosas que no por sabidas son menos ciertas. Habla de alguien que “vivió para vivir, para amar, para sufrir, y ha muerto luchando con inmensa gallardía contra ese perro rabioso llamado cáncer, al que planteó fiera batalla”. Ahí es nada.