La editorial canaria Baile del Sol se ha embarcado en el proyecto de hacer visible la literatura del continente africano, dar voz a ese inmenso territorio que permanece casi olvidado para Occidente. Estaba tratando de recordar cuál era la editorial española que hace ya más de una década tenía una colección de literatura africana y me parece que era RBA; en la actualidad alguna de las editoriales punteras publican algún libro de autores africanos, pero yo diría que es Baile del Sol la única que ahora mismo mantiene una colección entera para estos libros. Desde que empecé con el blog (hace ya cinco años) no he leído ningún libro de África. Con anterioridad sí que me había acercado a algunos autores de países del norte del continente (Marruecos o Egipto) o a novelas de J. M. Coetzee, que al fin y cabo es un africano blanco que escribe en inglés.
La idea de Baile del Sol me pareció muy atractiva y les solicité varios libros de esta colección, que yo pago a precios de autor de la editorial. GraceLand de Chris Abani (1966, Afikpo, Nigeria) me llegó con una faja promocional, en la que se cita a Los Angeles Times: “Uno de los 25 mejores libros del año”. Leo en la wikipedia que en 2005, Abani consiguió varios premios en Estados Unidos gracias a la publicación de este libro: ganador del premio Hemingway Foundation/PEN Award, ganador del premio Hurston-Wright Legacy award, medalla de plata del premio California Book Award for Fiction, finalista del premio de Los Angeles Times Book Prize for Fiction y finalista del Commonwealth Writers Prize, Best Books (Africa Region). Chris Abani nació en Afikpo, una pequeña ciudad a más de mil kilómetros de la capital de Nigeria, Lagos. La historia de Chris Abani es una historia de extrañeza: nace en una pequeña ciudad del interior de África, pero su madre es una inglesa blanca, que conoce a su padre (nigeriano del clan Igbo, y profesor de profesión) en Oxford, cuando ella trabaja allí de secretaria y él es un estudiante de posdoctorado. Con dieciséis años Abani publica una novela titulada Masters of the Board, cuyas críticas políticas hacen que sufra prisión en su país durante seis meses. Más tarde, sus nuevos libros le conducirán de nuevo a la cárcel. Abani emigra a Estados Unidos, donde trabaja como profesor universitario y escritor. El protagonista de GraceLand es Elvis, un joven de dieciséis años al que su madre puso este nombre como homenaje a su admirado cantante norteamericano. Elvis vive con su padre –Sunday– en Maroko, un suburbio marginal de Lagos. Han llegado allí desde Afikpo, una pequeña ciudad del interior del país, una vez que la madre ha fallecido de cáncer y que el padre haya fracasado en su intento de hacer una carrera política. Elvis ha dejado el colegio y su sueño es ganarse la vida como bailarín. El padre está en paro y cada vez se abandona más al bar, la bebida y la desidia del suburbio. Elvis, para intentar ganar algo de dinero, hace imitaciones de Elvis en la playa para los turistas. En el primer capítulo de la novela se muestra una escena significativa: Elvis, disfrazado como el cantante que le ha dado nombre, baila y canta en la playa ante la extrañeza de los turistas occidentales, que no conciben que un chico africano tenga los mismos mitos en la cabeza que un norteamericano, ni tan siquiera que sepa hablar inglés (idioma oficial en Nigeria), a pesar de que el lector ha acompañado a Elvis a la playa desde su casa y sabe que estaba leyendo unas horas antes El hombre invisible de Ralph Ellison, uno de los libros más significativos de la literatura afroamericana sobre la lucha del hombre negro en Estados Unidos. Con el baile Elvis no parece poder ganarse la vida y trata de encontrar un trabajo más convencional en la construcción, que perderá en breve debido a su indolencia. Redemption, un joven de su edad que conoció en su corta etapa de escolarización en Lagos, empezará a ofrecerle trabajos que se irán volviendo cada vez más peligrosos. Además Elvis conoce a varias personas marginales que se van a ir haciendo cada vez más importantes en la trama, como el Rey de los Mendigos, quien le intentarán transmitir una conciencia política, que chocará con la mentalidad de buscavidas nihilista de Redemption. La novela está dividida en dos partes. La primera, más extensa, alterna capítulos del presente de Elvis, todos ellos con indicación de un lugar y una fecha: Lagos, 1983; con otros de su pasado en Afikpo, que comienzan en 1972 y se van acercando hasta el momento del traslado a la capital del país. El tempo narrativo de los dos bloques de capítulos es diferente: en el presente la narración se acerca a la vida de Elvis en el periodo de unas cuantas semanas, y en los capítulos del pasado asistimos a episodios claves de la vida del personaje (entre uno y otro han podido pasar dos o tres años). En la segunda parte se abandonan los capítulos del pasado y todo se vuelve presente en la narración: la vida se vuelve cada vez más amenazante para Elvis y el lector le acompañará durante unas páginas cada vez más frenéticas, donde además de su vida está en juego la de su padre u otros personajes significativos del libro o del propio suburbio donde viven. GraceLand es una novela sobre África –más concretamente sobre los problemas de la Nigeria moderna–, escrita en inglés por un nigeriano (de madre inglesa) que sabe que el público que va a leerle es principalmente norteamericano. Me percato de que leer una novela de un africano negro escrita para el público de su país debe ser casi imposible. Para que esta novela llegue a España ha tenido que tener previamente algún tipo de repercusión en países como Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia, y estar escrita por tanto en inglés o francés; también podría darse el caso de que estuviera escrita en español por un ciudadano de Guinea Ecuatorial y que por tanto el primer país de recepción occidental fuese España (aunque dadas las características de nuestro mercado, me parece más probable que aquí se traduzca primero lo que tuvo éxito en Estados Unidos o Francia antes de potenciar un libro en nuestro idioma). Leer un libro de un africano negro escrito en un idioma no europeo me parece casi imposible: en su país de origen lo más probable es que no haya mercado editorial, así que ese libro no podría aparecer ni llamar la atención lo suficiente como para que se traduzca a los idiomas occidentales. Escrito en inglés, francés, español o portugués tendría como función la de mostrar África a una persona no africana, y en gran medida esto es lo que ocurre con GraceLand, una novela escrita conscientemente para explicar cómo era Nigeria en 1983 a un norteamericano. En este sentido podemos encontrar párrafos como el siguiente: “Las mujeres mayores, de cincuenta y sesenta años, a menudo iban por ahí con el busto al aire (...). Era una costumbre que los británicos no habían logrado erradicar a pesar de las multas y los decretos, y que los curas católicos permitían alegremente” (pág. 53); o “Eran libritos, escritos entre 1910 y 1970, salían de pequeñas imprentas del pueblo comercial de Onitsha, al este, de donde recibían su nombre. Eran el equivalente nigeriano a la literatura barata o ‘pulp fiction’ mezclada con los populares libros de autoayuda a bajo coste” (pág. 131).
En cualquier caso, la forma de mostrar Lagos al lector es más natural que la de mostrar el país entero, ya que Elvis ha llegado hace poco a la capital y observa su entorno con una doble extrañeza: la del provinciano en la gran ciudad y la del adolescente que trata de hacerse un sitio en el mundo: “¿Qué tengo que ver yo con todo esto?”, se pregunta Elvis, mirando la ciudad tras los cristales de un autobús. Encontramos a Elvis en las primeras páginas de la novela leyendo libros como El hombre invisible de Ralph Ellison o Cartas a un joven poeta de Rilke. He de apuntar que este detalle me chirrió un poco al principio, ya que a pesar de que la madre de Elvis era maestra, su padre no parece tener ninguna inclinación hacia la cultura, y Elvis lo que quiere ser es bailarín y no escritor. Esto me hizo pensar que, para la construcción del personaje, Chris Abani ha tomado elementos de su propia vida: un joven lector apasionado que sueña con ser escritor en un país pobre. Pero Abani proviene de un hogar africano con más apego por la cultura del que parece haber dibujado para Elvis, personaje para el que crea una historia más marginal que la vida que el propio autor parece haber llevado. Otro aspecto débil de la novela es que, durante la primera parte, el autor nos muestra escenas del presente o el pasado del protagonista y la trama no acaba de arrancar. Cuando lo hace, hacia el final de la primera parte y en la segunda, el acelerón será potente, sin embargo. En cualquier caso, pese a los dos aspectos negativos que me ha parecido detectar (sobre la creación del personaje y la muestra inicial de escenas sin que avance la trama), he disfrutado de la lectura de GraceLand; sus logros se me han hecho muy superiores a sus posibles carencias. Nunca había leído una novela de un africano negro que me mostrase la vida en su país, y algunas de las escenas dibujadas son realmente muy potentes: la pobreza y el pensamiento mágico que le acompaña, como herramienta para entender el mundo; la corrupción policial e institucional; la violencia en la calle (el capítulo en el que se narra el linchamiento de un supuesto ladrón es impactante).
Tengo también en casa dos títulos más de esta colección de literatura africana: Los pies sucios del togolés Edem Awumey y Vínculos secretos del liberiano Vamba Sherif. Ya hablaré de ellos.