- Disculpa... Disculpe... Tú... Usted da clase en el Colegio de arriba, ¿verdad? -pregunta. Sonrío ante su indecisión en el trato.
- Sí, hace ya tiempo -respondo, mirándola con curiosidad, esperando la réplica.
- Ah, es que yo conozco allí a algunos profesores, ¿sabes? -vuelvo a sonreir, pues al final se ha decantado por lo que parece más natural: tutearme. Mi edad o, quizá, mi aspecto -sudadera polar ocre, vaqueros azules y zapatillas de flores- le ha servido para optar sin miedo al rechazo.
Es la hora y ella llama al telefonillo. Subo con paciencia los seis tramos de escalones, pues, aunque las zapatillas de flores y los vaqueros hagan parecer lo contrario, a estas alturas estoy ya agotada de ascender hasta la clase. Recojo a Niña Pequeña. Vamos en coche a hacer el recado que Él me pidió hace dos semanas y que he ido posponiendo por descuido.
- Buenos días -digo.
- Buenos días -me responde el relojero.
- Quería una pila nueva para este reloj -digo, mirando por el rabillo del ojo los pequeños pendientes infantiles del mostrador. Niña Pequeña cumplirá seis años dentro de un mes.
- Déjemelo un rato, señora, y se lo tendré preparado, si no le importa -responde él.
Le miro estupefacta, pero disimulo rápidamente, ajustándome la sudadera polar. Mi edad ha triunfado y no se ha dado cuenta de mis zapatillas de flores. No me tutea.
- Claro, no hay problema, muchas gracias. Volveré en un rato, aprovecho para hacer unas compras -contesto, despidiéndome.
Cuando vuelvo al coche me miro en el espejo retrovisor interior. No es posible que esté ya en ese tramo de edad indefinida...