Es difícil decir adiós. Y aunque no se trate de seres queridos, más bien cercanos en lo que a lazos familiares o amistad respecta, sí lo ha sido en la literatura y en la vida. No sólo para mí, sino para toda mi generación que vivió gran parte de su adolescencia con la esperanza del ‘Nunca más’, el informe en el que se da testimonio de la desaparición y muerte de más de 30.000 personas durante la dictadura militar argentina, o que soñaba con el amor de Martín y Alejandra con el parque Lezama de fondo.
Su obra fue un ejemplo de coherencia en todo sentido. Vivió y murió de acuerdo con sus ideales y con el lema que tenía de la vida: resistir. Además de escritor y científico fue un pensador, un analista e investigador. Pero por sobre todas las cosas y pese a su pesimismo, un amante de la vida, de las causas justas, un defensor de los pueblos más débiles y de la condición humana.
Encontré decenas de papeles con notas sobre su persona. Entre ellas, el cuestionario Proust que el periódico La Vanguardia le pidió que contestara en febrero de 1980. Llevo años leyéndolos y disfrutándolos. Pero en el momento de hacer justicia y de agradecerle todo lo que me brindado pese a que usted no lo sepa, me trabo. Y las únicas palabras que me surgen son “gracias Ernesto”.
Gracias Ernesto por sus libros que, en definitiva, es la mejor herencia que puede haber dejado en este mundo. Ojalá muchos puedan disfrutarlos y aprender de ellos como lo he hecho yo.