¡Gracias Guardia Civil!

Publicado el 12 diciembre 2011 por Viriato
Ha llegado a mi correo electrónico un recorte de periódico. Se trata de un artículo, publicado el 16 de octubre de este año en “La Voz de Galicia”, en el que Pablo Mosquera, fundador de Unidad Alavesa, dedica unas palabras a la Guardia Civil. Simpatizo con su postura y por ello os muestro el artículo íntegro:

¡Gracias, Guardia Civil! Por Pablo MosqueraMientras los políticos hablan, la Guardia civil sigue trabajando. Mientras los políticos quieren adjudicarse el triunfo sobre ETA, la Guardia Civil no descansa y mantiene sus operativos, que han sido el núcleo central sobre el que gravita el exitoso acoso a la banda Mientras los políticos caen una y otra vez en tentaciones mediáticas de conferencias en las que se da protagonismo a ETA y su entorno, la Guardia Civil detiene a sus comandos. 
Mientras el candidato a seguir en el Gobierno trata de apuntarse el éxito del final  del terrorismo, la Guardia Civil celebra su patrona recordando a más de 200 agentes asesinados por los gudaris. 
Dice el Cantar de Mío Cid: «qué buen vasallo, si tuviese buen señor». Son 167 años de servicio a España Desde la austeridad casi franciscana de aquellas casas cuarteles en la España rural, hasta las modernas instalaciones actuales. Algo tiene este cuerpo que transmite orgullo de padres a hijos para seguir -polillas- el servicio en las más diversas circunstancias, incluida la del riesgo que hemos compartido en silencio, sin un paso atrás en el País Vasco, para llegar hasta hoy, en que la perseverancia ha dado sus frutos, dejando claro que la colaboración internacional ha sido más eficaz en la medida que se ha permitido la presencia de la Guardia Civil en territorio de Francia. 
He visto a jóvenes recién salidos de Valdemoro y veteranos oficiales y suboficiales compartir en Sansomendi de Vitoria momentos duros; lo mismo en Llodio, un emplazamiento que ETA quería borrar de la faz de la Tierra, o a las unidades de información y del GAR realizar su trabajo en los momentos más difíciles, casi desesperados de la lucha contra el MLNV, cuando parecía que iban ganando. A mis escoltas de la unidad de élite de la policía vasca los sometía a un test. Consistía en acudir regularmente al bar de jefes y oficiales de la Guardia Civil en Vitoria. Solo me servían los que no se quedaban fuera. Con el tiempo, eran ellos mismos los que me pedían entrenar con sus hermanos mayores del Instituto armado. 
No debemos olvidar nunca lo que este país le debe al benemérito instituto donde enseñan que hay dos cuestiones básicas en la vida: el servicio a España y el honor. Con gentes así paisanos en estado puro, dedicados a cuidar de los demás, este viejo territorio puede dormir tranquilo.

Patrulla del GAR (Grupo Antiterrorista Rural).

Y este escrito me ha recordado a otro del gran Arturo Pérez Reverte, publicado en XLSemanal hace tiempo, en el que también elogia la labor de la Guardia Civil, con un toque de sentimentalismo, y que dice tal que así:El Picoleto Por Arturo Pérez ReverteEn la sierra de Madrid anochece gris, brumoso y sucio. Llevo todo el día dándole a la tecla y me apetece estirar las piernas, así que me enfundo la cazadora de piloto del Güero Dávila y salgo a dar un paseo. Cae una llovizna fría, y el agua en la cara me espabila un poco cuando bajo hasta el bar de Saturnino, que está junto a la carretera, en busca de un café. El camino pasa por la iglesia, en cuyo porche me entretengo un rato con don José, el párroco, que está allí con su eterna boina, como un centinela en su garita. Qué te parece lo de ese pobre chico, dice. Y me cuenta. Hace sólo unas horas, muy cerca de aquí, dos heroicos gudaris han asesinado a un joven guardia civil cuando éste se llevaba la mano a la visera de la teresiana para decir buenas tardes. Hablamos un rato del asunto, el páter me cuenta los detalles que ha oído en la radio, y luego me despido y sigo mi camino bajo la lluvia.
Cuando llego al bar, llueve a cántaros. Digo buenas tardes, me apoyo en la barra sacudiéndome como un perro mojado, y pido un cortado con leche fría. Saturnino, que es grande y tripón, deja la partida de mus y pasa al otro lado del mostrador mientras sus contertulios aguardan, pacientes. En la tele, sin sonido, hay un concurso idiota; y en la radio Rocío Jurado canta como una ola, tu amor llegó a mi vida, como una ola. Enciendo un cigarrillo. Junto a mí, en la barra, están cinco albañiles de las obras cercanas; son tipos duros, de manos rudas, manchados de cemento y yeso. Fuman y beben cubatas y carajillos de Magno mientras comentan lo del picoleto muerto, a su estilo: nada que ver con las tertulias políticamente correctas que uno escucha en el arradio ni con los circunloquios del Pepé y el Pesoe. Por lo menos, comenta uno de ellos, un etarrata se llevó lo suyo. Y lástima, añade el otro, que no le dieran un palmo más arriba, al hijoputa. En los sesos. Ése es el tono de la charla, así que tiendo la oreja. Otro cuenta cómo el segundo guardia, herido en el brazo derecho, aún tuvo el cuajo de seguir disparando con la izquierda. Y el del paraguas, añade otro. Ése que pasaba de paisano y corrió a ayudarlos con el paraguas de su mujer como arma. Compañerismo, opina un tercero. Y huevos, apunta otro. Sabe Dios cuántos guardias civiles han muerto ya con esto de ETA, dice alguien. La tira, confirman. Ha muerto la tira. Y ahí siguen, los tíos. Aguantando mecha sin decir esta boca es mía. ¿Os acordáis de sus hijos muertos en las casas cuartel?.

Me quedo oyéndolos un rato mientras doy unos tientos al café infame de Saturnino. A veces son como son, comenta un albañil. Tarugos de piñón fijo. Pero hay que reconocer que siempre están donde tienen que estar. ¿No? Martínez, les dicen, ponte ahí hasta que te releven. Y Martínez no se mueve de ahí aunque se hunda el mundo o lo maten. Por ciento ochenta mil pelas al mes que cobran. Y sin sindicatos, que tiene guasa la cosa. Eso vale algo, dice otro. O mucho. La prueba es que la gente dice que tal, cual; pero cuando tienes un problema, ni Gobierno ni rey, ni leches. De los únicos que de verdad te fías en España es de la Guardia Civil. Los cinco siguen un rato comentando el asunto. Y en ésas, como si estuviera preparado, se para afuera un coche verde blanco con pirulos azules. Por la ventana veo como salen dos guardias; otro empuja la puerta y entra. Es un guardia joven y alto. Tal vez se parece al que acaban de matar. Hasta es posible que pertenezca al mismo puesto Villalba, o al vecino de Galapagar. El guardia dice buenas tardes, se quita la teresiana y viene hasta la barra. Un café, por favor, le pide a Saturnino. Solo. Al entrar se ha hecho un silencio. Los albañiles lo miran y hasta los del mus se olvidan de los duples y del órdago. Cuando tiene delante el café, el picoleto saca del bolsillo dos aspirinas, y se las traga con unos sorbos. Qué le debo, pregunta, echándose la mano bolsillo. Saturnino va a abrir la boca, cuando desde el grupo de los albañiles le hacen un gesto negativo. Está invitado, rectifica Saturnino. Por los caballeros.

El guardia se vuelve hacia el grupo y mira un instante sus monos y ropas manchadas. Sus caretos masculinos y honrados, solemnes, sin afeitar, fatigados de todo el día en el tajo. Los cinco lo observan muy serios. Gracias, dice. Algún albañil inclina un poco la cabeza. Nadie sonríe ni dice una palabra. El picoleto se pone la teresiana y se va. Y yo me digo: me han ganado por la mano estos cabrones. Tenía que habérseme ocurrido. Ese café habría debido pagarlo yo.


¡GRACIAS, GUARDIA CIVIL!, Artículo de Pablo Mosquera.