Hace casi dos meses, entre decenas y decenas de contactos que ya se cuentan por centenas, me llegó el mail de alguien de quien no sabía nada desde hacia casi cuatro años. Una antigua amiga. El shock fue impresionante. Es la última persona a la que esperaba encontrarme en una de estas redes, porque era una escéptica de los medios sociales y como casi todos ha caído.
Cuando al fin pudimos hablar por teléfono se me saltaban las lágrimas, estaba emocionadísima. Cuantas veces he dicho con la boca pequeña el manido “a ver si quedamos” a gente con la que me topaba por la calle o en el metro, sabiendo que ese café o esas cañas no se darían nunca. No tiene más importancia, es una frase que se emplea como recurso fácil. Todos lo hemos hecho alguna vez.
Pero en este caso sé que voy a verla, cuando esté más desahogada (entre el trabajo, las niñas y un curso que estoy haciendo no tengomucha vida social últimamente). Ambas tenemos muchas ganas de quedar.Mi vida ha cambiado mucho desde que nos dejamos y espero que me encuentre igual. No hablo del físico, por supuesto, tampoco ha transcurrido tanto tiempo desde la última vez que cenamos juntas. Me refiero a todo lo que sustentaba nuestra amistad, lo que nos unía. Creo que en esencia soy la misma, más fuerte, eso sí.
Desde aquel día de septiembre en que recibí su mensaje hemos hablado por teléfono varias veces, nos hemos contado nuestras peripecias vitales, lo esencial de nuestra vida en estos años ya lo sabemos la una de la otra. Y noto el feeling, el cariño. Como si nunca se hubiera roto el vínculo, probablemente porque hay gente que te marca y esa conexión nunca muere. Si volviera a cruzarme con otras personas de mi pasado la pereza sería infinita. Las evitaría, no haría el más mínimo teatro por fingir lo que no siento. Hay amigas que lo fueron en un ciclo y esa etapa se cerró. La amistad murió, de forma lenta, sin tragedia alguna, en otras ocasiones de forma más dolorosa, pero no importa. Ya no pintan nada en mi vida, ni yo en la suya. Pero Ana sí. ¡Gracias LinkedIn!