Desde el tiempo de Mari Castaña, la Navidad me ha resultado una época difícil de digerir, muy en parte por mis circunstancias familiares, pero supongo que el hecho de observar tanta hipocresía y materialismo en el ambiente, crispaba mis nervios. Igual se juntó lo que uno lleva andado con esa mentalidad de "nadar a contracorriente porque el mundo está loco y yo no lo entiendo", que debió pillarme en mi segunda adolescencia. No lo sé, el tema es que a mí estas fechas siempre me dieron grima. Sinónimo de sonrisas perfectamente dibujadas, que no siempre reales, y de chantajes y presiones, la Navidad podía conmigo.
Cuando me convertí en madre, la Navidad se convirtió en una época bonita, o al menos, menos difícil de llevar, porque con hijos todo se ve de otra manera, todo es mágico, nuevo, ilusionante. Además, olvidas que hay más mundo a parte de ellos, lo que te permite volcarte al 100% en su felicidad, que acaba siendo la tuya.
Sin embargo, las Navidades pasadas volvieron a recuperar su tono agridulce y su sabor grisáceo, porque la enfermedad me arrebató, justo dos meses antes, a uno de los hombres más importantes de mi vida, y la persona que sin duda más me ha marcado, más ha influído en mí y más me ha enseñado: mi padre. Aún así, teniendo a nuestros hijos, se salvaron los días señalados, ya que sonreír con ellos es más que fácil. Estas Navidades sigo echándolo de menos, desearía con todas mis fuerzas poder compartir con mi padre estos días. Curiosamente, a él tampoco le gustaba la Navidad desde que la vida le arrebató a su padre. Sigo echando de menos su presencia, y es algo que inevitablemente no puedo cambiar, ni tampoco quiero... De hecho, sé que necesito que sea así para sentirlo vivo.
Pero, a pesar del contraste de sabores de estas fechas, desde este año y en adelante, me he propuesto vivir estos días navideños agradecida por lo que soy y por lo que tengo, he prometido sentirme feliz porque sé que soy afortunada hasta la médula, porque tengo, entre otras cosas, la familia más bonita del mundo. He decidido vivir la Navidad como época de renacimiento, de nuevos y buenos propósitos a nivel personal. He pensado instaurarla como momento del año en el que agradecer y seguir hacia delante con más fuerza.
Es por esto que hoy quiero dar GRACIAS a la vida por todo lo que me ha dado hasta ahora, lo bueno, lo no tan bueno y lo malo. He aprendido con cada piedra del camino a apreciar lo que de verdad es importante. Me he caído muchas veces pero me he levantado siempre con el ánimo de seguir adelante, a veces sola y otras con ayuda. Cuento en mi vida con personas realmente especiales que dan sentido a cada una de mis sonrisas. Voy cumpliendo sueños porque salgo al camino a buscar la suerte, no espero que ella me encuentre, y mejor que peor, según para qué y cuándo, la voy encontrando. Tengo en casa al mejor equipo de vida, los mejores compañeros de viaje, la familia más bonita del mundo. Tengo unos hermanos que valen millones, perdón, infinito, y con los que me iría a la luna. Tengo amigas y amigos que son como hermanos y que siempre están, a pesar de la distancia y el poco tiempo. Vivo rodeada de buena gente que me aporta muchísimo cada día, y también de personas que me enseñan lo que no quiero ser y como no quiero vivir. Descubro a diario personas bonitas a las que me gustaría conservar a mi lado porque son regalitos inesperados. Tengo un trabajo que me enamora cada día, humano, enternecedor, agotador y mágico. La vida me ha arrebatado demasiado pronto a las dos personas más importantes de mi vida hasta que creé mi propia familia, pero me está enseñando a amarlas en la distancia, y además me ha regalado una preciosa segunda oportunidad con la otra parte de mis verdaderas raíces.
Así pues, por todo esto, y por mucho más... GRACIAS. GRACIAS. GRACIAS.
CON M DE MAMÁ y G de GRACIAS