Sus rostros son gruesos, sonrosados, frescos y risueños.
Allí están todos: los de bata blanca o azul,
los de cuello duro o alzacuello,
de chistera o bombín, que tanto da.
Todos ellos van desfilando ante él,
estrechan su mano con inclinación de cabeza.
¡Gracias, presidente!, le dicen dejando paso al siguiente.
No falta ninguno, todos tienen algo que agradecerle:
un colegio, un ambulatorio, un banco, unos bonos basura...
El presidente guiñapea con simpático gesto,
tan característico de él.
Feliz, apoltronado, ahíto
echa la cortina para no mirar por la ventana.
Pronto podrá tirar del sedal para recoger lo suyo.
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