La sociedad española estaba anestesiada y atontada, creyendo que las democracias del mundo funcionaban como la española, pero, gracias a los abusos de Zapatero, ahora sabemos que la nuestra era una vergüenza y que nuestros políticos son de los peores del planeta.
Zapatero nos ha hecho ver con claridad que la Justicia está politizada, que el Parlamento está poblado de borregos esclavizados que no cumplen su función representativa, que ni siquiera conocen a sus electores, que el Senado no sirve para nada y que la única manera de salvar el país es limitando el poder de los partidos y de los políticos profesionales que nos conducen hacia el fracaso.
Zapatero, con su constante desprecio a España, nos ha hecho sentir el orgullo de ser españoles. Bajo su despreciable mandato, ha nacido ese grito de "Soy español, español, español" que recorrió la patria como una flecha. El "a por ellos" y el auge de los colores rojo y amarillo también son hijos del desprestigio internacional que España ha sufrido bajo el nefasto mandato de Zapatero.
Zapatero (y con él todo el PSOE) ha sido como un purgante de aceite de ricino para los españoles. Nos ha hecho expulsar toda la porquería que los malos políticos y los partidos traidores han estado inoculándonos durante años.
Cuando hemos contemplado los desmanes del PSOE y sus corrupciones viscerales, hemos sabido también que el problema no sólo estaba en la izquierda, sino también en la derecha porque los partidos, sin democracia interna y sin sentido del bien común, se han transformado en escuelas de tiranos, nunca en forjadores de demócratas.
A Zapatero le debemos mucho, aunque casi nos haya destruido la convivencia y la esperanza. Gracias a su mal gobierno, a su desprecio al ciudadano y a los criterios y deseos de la mayoría, hemos redescubierto la democracia y ha renacido en nosotros el espíritu rebelde y la firme determinación de no soportar más, en el futuro, a otros Zapateros, a gente que no tengan la decencia, la preparación y la solvencia necesarias para dirigir nuestro país.