El recurrente plano general de la fachada de la casa que Loli y Pablo habitan en el presente es quizás el leitmotiv más evidente de aquella televisión atenta a recrear (o estereotipar) a los jóvenes porteños de clase media-alta. En Montaña rusa todavía más que en Clave de sol, los chicos de la ficción podían referirse a algún problema económico o laboral que estaban atravesando sus padres pero rara vez alguien abandonaba el uniforme de colegio privado o las residencias en los barrios de Martínez o Acassusso.
En Graduados, la pareja a cargo de Dupláa y Luciano Cáceres recrea esa apariencia de rico más propia de la telenovela clásica que de una propuesta innovadora. Hasta el Tuca de Mex Urtizberea se da el lujo de vivir a sus anchas gracias a una supuesta herencia millonaria.
Tal vez lo más cercano a la realidad X sea el síndrome de Peter Pan que padecen ese tercer personaje, Verónica (Julieta Ortega) y Andrés (Daniel Hendler). En los contrastes y (des)encuentros entre los integrantes de este trío díscolo y los niños bien parece encontrarse la clave narrativa de la nueva comedia catódica de Sebastián Ortega.
El primer capítulo que Telefé emitió ayer a las 21.15 con suma puntualidad presentó a los protagonistas (a algunos más detalladamente que a otros) y uno de los conflictos centrales (con sello también telenovelero). Aunque el nivel actoral fue bastante parejo, Cáceres sobresalió entre sus coetáneos.
Por otra parte, dio mucho gusto verlos a los experimentados Mirta Busnelli, Roberto Carnaghi y Juan Leyrado. Los televidentes aficionados al tenis también habrán celebrado la participación especial de Gastón Gaudio.
Ante ciertos excesos de caricaturización y la previsibilidad de algunas intrigas, vale preguntar si Graduados resistirá las exigencias de la entrega diaria. Quizás éste sea el gran desafío de volver a (la televisión de) los ’80.