Gran vilas - manuel vilas

Por Davidrefoyo @drefoyo

Amemos a Manuel Vilas ahora que está vivo y se siente poderoso, pleno de palabras y versos, lleno de ganas de vivir que transmite al resto de los mortales. Amémoslo ahora que todavía es joven y su hígado filtra las aguas de Fukushima con auténtica vehemencia. Amemos a Vilas, el hombre convertido en ciudad, el último postcomunista, el Santiago Carrillo de la poesía española con su inmortalidad, con su reivindicación eterna para Vicente Aleixandre. 
Vilas, amigo, tú nos enseñaste las plazas nevadas de Estocolmo, el poder literario del WI-FI sueco, las planicies oceánicas de sudamérica, el terror de NY, el paraíso cercano de las montañas de Huesca y el resplandor infinito de ese Audi A100 recuperado como The Who, grandes hitos de la cultura postmoderna, para el disfrute de todos nosotros, pecadores.
Cuánto te debemos a ti, Vilas, poeta entre poetas, amante carnal y puro, padre de cien mil hijos entre los que me encuentro, no puedo negarte ahora, no quiero desdecir ni una de las cuatrocientas líneas que escribí en tu honor. Amemos a Vilas, porque puede que lo echemos de menos un día, quizá cuando deje de propagar el amor, la libertad, la política filtrada bajo versos divertidos. Ya sabes, Vilas, somos hombres de honor y el honor es la vida.
Vilas, gracias por tu reiteración, por no capitular ante el avance crítico de los pedantes, porque la repetición es bella, es arte, ¿quién no se acuerda de La Moviola en aquel Estudio Estadio pre-Mama Chicho? Un día morirá ese tal Vilas, y lo hará como una gran hombre, rodeado de miles de sus amigos, de sus adversarios y las mujeres a las que amó caminarán en fila por las carreteras provinciales de Aragón. Y te recordaremos por tus poemas, pero también por tu mirada. Irónica. Imperial. Como la papada de Juan Carlos I.