Después de tanto tiempo sin visitar esta fantástica ciudad, llegamos a Granada. Ahí estaba, tal y como la dejé, demostrando que los años no pasan por ella y que sigue siendo tan fresca como cuando bajaba al menos tres veces al año desde Madrid.
Llegamos por la noche, y como no podía ser de otra manera, salimos a cenar mientras paseábamos de bar en bar tomando cañas por la calle Elvira y alrededores. Ojalá pudiese uno encontrar estas maravillas ibéricas en otras tierras del mundo...
Por la mañana subimos hasta la Alhambra, donde visitamos con una sonrisa en la cara todos los recobecos y miradores que uno puede encontrarse en este palacio que ha sobrevivido tantas épocas. Sin duda, lo más alucinante siguen siendo los palacios nazaríes, que junto con la Alcazaba y el Generalife, constituyen un conjunto patrimonio del a humanidad que deja al visitante estupefacto. En medio de todo esto, uno se encuentra el bloque monstruoso construido por Carlos V que rompe la estética del enclave, pero que también forma parte de la historia y es atractivo en su conjunto.
Poquito a poco bajamos rodeando la muralla hasta llegar a las orillas del río Darro, y desde donde fuimos subiendo hacia el Sacromonte, un barrio característico por ser el refugio gitano por excelencia, donde a día de hoy siguen organizándose fiestas flamencas en las famosas cuevas que existen en el barrio. Estas cuevas son orificios en la roca de la montaña donde allá por el siglo XVI se refugiaron judíos, musulmanes y gitanos que fueron expulsados de sus hogares, refugiándose aquí y viviendo de una manera marginal durante varios siglos. Hoy en día, estas casas son un tesoro cultural de la ciudad, donde se han rodado cientos de películas, han llegado famosas personalidades y aún viven muchas familias gitanas y no gitanas. En lo alto del barrio hay un museo que te explica toda la historia del barrio y de la población gitana.
Por la tarde subimos al Albaicín, llegando en bus hasta el mirador de San Cristobal, donde disfrutamos de un atardecer mágico con la silueta de la Alhambra y la Sierra Nevada al fondo (y con músicos callejeros dando un toque extra a tan hermosa vista). Después bajamos por las laberínticas calles de este barrio hasta llegar al centro de nuevo, donde nos encontramos con Silvana, una amiga ecuatoriana de Vero que nos recogió y nos llevó a pasear por la ciudad, a ritmo de cañas y tapas. Pudimos disfrutar de un buen rato con ella y reírnos con sus historias. Fue una noche muy bonita.