Granadilla, cáparra, plasencia y galisteo, una propuesta ...

Por Moisés Moisés Cayetano Rosado @MoisesCayetanoR

 GRANADILLA, CÁPARRA, PLASENCIA Y GALISTEO, UNA PROPUESTA IRRESISTIBLE.

Moisés Cayetano Rosado

Cuando el calor remita, tenéis que ir (o volver) a ese trozo entrañable del norte de Cáceres que nos ocupa todo un día inolvidable.

Empezamos por Granadilla, villa medieval abandonada al desplazar forzadamente a sus habitantes a mediados de los años cincuenta del pasado siglo por la construcción del Embalse de Gabriel y Galán. Su amurallamiento circular completo, su caserío medieval bien recuperado, parado en el tiempo y en el silencio de su “vaciado”, invitan a un paseo nostálgico lleno de belleza, con las aguas del pantano alrededor, que contemplaremos ampliamente desde lo alto de su castillo-palacio renacentista, abierto al público.
El castillo fue mandado construir por D. Juan Carrera sobre la base de una alcazaba musulmana entre 1473 y 1478, siendo espectacular su trazado de cuerpo central cuadrado, con cuatro torres semicilíndricas adosadas a sus lados, rematado en terraza por amplias almenas. Las vistas desde sus distintas alturas son de gran belleza, de amplia panorámica sobre el agua embalsada y las dehesas de los alrededores.

De allí a la ciudad romana de Cáparra hay “un suspiro”, que recorremos gustosamente contemplando un paisaje adehesado, alomado. Su arco cuadrifonte es único en la Península Ibérica. Allí confluyen las dos calles principales: Cardo y Decumanus, dando paso al foro, y estando rodeado de una cuadrícula de calles bien trazadas, destacando los puestos comerciales y el amplio conjunto termal.


Un interesante centro de interpretación enriquece el conjunto, estando dotado de oportunos paneles explicativos, maquetas y réplicas de hallazgos arqueológicos, de este extraordinario tesoro cuyo origen se remonta a la primera mitad del siglo I d. de C.

Tras estas visitas mañaneras, se impone recalar en Plasencia, un poco más abajo, cuya Plaza Mayor es todo un espectáculo de vida urbana y presencia monumental presidida por el Ayuntamiento. Bajo los soportales podremos degustar en cualquiera de sus restaurantes una buena comida en la que no falten las verduras de las huertas de los alrededores y las sabrosas carnes de cerdo, cordero y ternera, asadas al carbón.


Luego, para ayudar a la digestión, un paseo hasta la “doble catedral”, románico-gótica-renacentista, de una belleza sin par, como lo son los palacios y palacetes de sus contornos, así como los restos de su cerca medieval. Podemos tomar un café con algún dulce “conventual” en el Parador, ubicado con gusto sobre el amplio Convento de Santo Domingo, monumento del gótico tardío, del siglo XV, siempre silencioso y placentero. O acercarnos al Parque de los Pinos, de 54.000 metros cuadrados, donde pinos, encinas y alcornoques dominan sobre una amplia vegetación, en la que reinan decenas de pavos reales, junto a buena cantidad de patos, cisnes, gansos, garzas, palomas y otras muchas aves, en medio de sus isletas de charcas y riachuelos.
Ya para acabar, rematando el día, podemos acercarnos, al lado mismo, a la población de Galisteo. Otro lugar increíblemente delicioso, con su amurallamiento con origen almohade, perimetralmente completo, levantado con grandes cantos rodados. Es agradable pasear por su adarve, así como atravesar sus tres puertas de entrada.

A ser posible (algún vecino o vecina puede facilitárnoslo) hay que visitar su Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de magnífico ábside semicilíndrico mudéjar y curioso campanario separado de ella, instalado sobre la muralla. Picota exterior y puente renacentista constituyen otros elementos dignos de contemplación.

Las fértiles vegas exteriores, verdeantes gracias a las aguas del “Gabriel y Galán”, nos despiden en nuestra visita, a la que tantas cosas de estos lugares podemos añadir.