En el primer partido, el séptimo lugar banquillo lo ocupó Diego Quintana, más conocido como Quintanita, un petizo escurridizo que, a fuerza de buenas actuaciones, se fue ganando un lugar entre los titulares.
En el debut ante Hungría, el equipo formó con Leonardo Franco; Juan Serrizuela, Leandro Cufre, Walter Samuel, Diego Placente, Diego Markic, Esteban Cambiasso, Lionel Scaloni, Juan Román Riquelme, Pablo Aimar y Bernardo Romeo.
Franco se mostraba seguro en la valla, en defensa Samuel y Placente jugaron un mundial fantástico, el mediocampo combinaba la garra y el despliegue de Scaloni, Markic y Cambiasso con la magia de Riquelme y Aimar y arriba Romeo, a veces como único punta, en otras ocasiones acompañado por Quintana, la metía.
Y, además de la jerarquía, lo que ensalzó el logró de este equipo juvenil fue el camino que recorrieron para consagrarse campeones. En octavos de final, se midieron, nada más y nada menos, que con Inglaterra, que, con la joven estrella Michael Owen a la cabeza, se erigía como uno de los máximos candidatos al título, tras superar cómodamente la primera rueda siendo uno de los equipos más goleadores y ostentando la valla menos vencida.
Pero Argentina lo superó con holgura 2 a 1, pese a que terminó sufriendo por la falta de efectividad en ataque. Riquelme cambió por gol un penal cometido a Aimar y el Payaso estampó un golazo para el triunfo albiceleste. A Romeo, cuyo DNI acusaba 19 años pese a que las prominentes entradas en el cabello indicaban otra cosa, le anularon mal un gol que podía haber aumentado la ventaja.
Y en la final, sellando un mundial soñado, los pibes superaron a Uruguay 2 a 1. ¿Qué más podía pedirse? Argentina fue un justo campeón, dejando en el camino a tres clásicos rivales, con un equipo que jugaba lindo y metía. Con la desfachatez de un equipo juvenil, con la actitud de un equipo de hombres.