El nuevo concepto geopolítico de Asia/Indo-Pacífico
Todo análisis geopolítico comienza por la delimitación del espacio que pretendemos abarcar. No se trata solo de elegir una determinada porción de la tierra; se trata de seleccionar dicho espacio en función de elementos geopolíticamente relevantes y definirlo de la manera conceptual y racional más adecuada.
El espacio marítimo-terrestre sobre el que se proyecta nuestra atención es el formado por Asia y la confluencia de los océanos Índico y Pacífico. El eje del siguiente mapa está en el sudeste asiático y se prolonga hacia el conjunto de Eurasia; viene marcado por las presencias de China, India, Japón y Australia, por la masa septentrional de Rusia y por la vigilancia observante e implicada de los Estados Unidos. La proximidad del llamado Cercano Oriente es crítica, como veremos, mientras que las continuidades africana y sudamericana resultan, a nuestros efectos, periféricas y marginales.
No debería sorprendernos que el origen del nuevo concepto geopolítico del Indo-Pacífico, con Asia en su centro, se haya originado en Australia. El experto australiano Rory Medcalf entiende que se trata de volver a imaginar el mapa de Asia y superar el concepto de Asia-Pacífico. Observa además que la definición de un nuevo concepto espacial tendrá necesariamente consecuencias estratégicas para los actores implicados.
La idea de una región geopolítica indopacífica con centro en Asia supone reconocer que las crecientes interacciones económicas, geopolíticas y de seguridad están conformando un sistema geoestratégico integrado. Resalta el hecho de que el océano Índico ha sustituido al Atlántico como principal corredor marítimo comercial transcontinental del mundo; actualmente sirve de vía para el 60% de fletes marítimos de petróleo y gas natural y para el 40% del comercio marítimo en su conjunto.
El nuevo concepto de Asia/Indo-Pacífico se superpone, sin llegar a sustituirlo del todo, al más tradicional de Asia-Pacífico. Promovido en primer lugar por académicos, ha sido incorporado gradualmente al lenguaje estratégico de los grandes actores políticos, inicialmente en Australia, luego en India e Indonesia y posteriormente en Japón, Estados Unidos y otros países.
La noción del Indo-Pacífico suscitó reservas en China, pues en Pekín se ha interpretado como una construcción con una finalidad estratégica destinada a contener el crecimiento económico y geopolítico chino. La respuesta china al concepto de Asia/Indo-Pacífico se plasma de hecho en la propuesta de una nueva Ruta de la Seda terrestre y marítima, conocida como OBOR, que se inserta en una visión geopolítica básicamente similar, aunque con una fuerte base geoeconómica y con mayor proyección continental eurasiática. En cambio, Rusia asume con naturalidad la dimensión indopacífica de su proyección asiática, siguiendo la herencia legada por su pasado zarista y soviético.
Los principales catalizadores del nuevo concepto geopolítico de Asia/Indo-Pacífico son, en primer lugar, el auge de China como actor económico, político y militar y la adopción desde 2008-2009 de una política exterior más “asertiva”. En segundo lugar, la formulación por el presidente Obama de una política de “reequilibrio” hacia Asia y el Indo-Pacífico. En tercer lugar, la emergencia de la India como actor geopolítico de primer nivel, con ambiciones propias de proyección de poder e influencia continental y marítima. Por último, la gradual sustitución del Atlántico por el Indo-Pacífico como vía de tránsito de las principales redes del comercio marítimo mundial —cerca del 50%—, en particular la de productos energéticos sólidos, como el petróleo y el gas natural —60%—.
Para ampliar: New regional geopolitics in the Indo-Pacific: drivers, dynamics and consequences, Priya Chacko. Routledge, 2016
Actores, puntos críticos, conflictos y tensiones
Si al final de la Guerra Fría todo indicaba que los Estados Unidos quedarían como única superpotencia mundial y que la pax americana impondría su ley en todo el mundo, el impacto de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la emergencia de China como potencia económica y geoestratégica en Asia y el Pacífico, con cada vez mayor proyección global, transformaron el contexto y las relaciones de poder en la región. Concentrada la Administración Bush en la llamada “guerra contra el terror” en Afganistán e Irak, Washington dejó un vacío en Asia que llenó hábilmente la China de los sucesores de Deng Xiaoping con su inteligente campaña de penetración económica y de bajo perfil diplomático-militar.
Pero la adopción por Pekín entre los años 2008 y 2009 de una política exterior asertiva, hegemónica y expansionista, especialmente en los mares colindantes, causó la preocupación de sus vecinos asiáticos, que vieron con alivio la nueva política de reequilibrio hacia Asia y el Indo-Pacífico iniciada por Obama en 2010. Desde entonces, el expansionismo de una China cada vez más arrogante y segura de sí misma parecía encontrar freno en la determinación norteamericana de no dejar paso a un nuevo hegemón regional revitalizando antiguas alianzas y tejiendo otras nuevas.
Aunque todo parecía apuntar a los prolegómenos de un gran juego sino-estadounidense en las tierras y mares de Asia, otros actores reclamaron gradualmente un papel de relieve en la configuración de unos equilibrios de poder fluidos e inestables que amenazaban su propia seguridad y sus intereses. Alarmados ante la emergencia de China y temerosos ante la posibilidad de convertirse en meros peones de la partida de ajedrez sino-estadounidense, potencias regionales como Japón, India y Rusia intensificaron sus respectivas políticas en la región, tanto en los aspectos comerciales como en los diplomáticos y de seguridad militar.
Para ampliar: “China’s Economy: Living on Borrowed Time”, John Minnich en Stratfor, 2016
Debemos también considerar que en Asia y el Indo-Pacífico existe una pléyade de Estados medianos y pequeños, algunos de ellos dotados de posiciones estratégicas claves, todos con sus propios problemas internos y cuya evolución puede ser determinante para modificar los equilibrios en uno u otro sentido. Citemos, sin ánimo exhaustivo, la importancia geoestratégica de países como la dividida Corea, Australia, Indonesia, Filipinas. Tailandia, Singapur, Vietnam, Sri Lanka, Myanmar, Nepal o Afganistán.
El panorama de hoy muestra un enorme espacio terrestre y marítimo con puntos críticos en cada una de sus subregiones. En el nordeste asiático, la división coreana y la amenaza nuclear de Corea del Norte junto a la cuestión de Taiwán y la histórica e irresuelta rivalidad sino-japonesa, además del peligroso conflicto del Mar de China Meridional, que enfrenta al coloso chino con cuatro países miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) —Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi— y que la organización regional es incapaz de afrontar con unidad y cohesión; en Asia meridional, el conflicto de Cachemira, con la histórica animosidad entre India y Pakistán desde la partición de 1947; en Asia central, el irresoluble conflicto de Afganistán, causado tanto por factores internos como por rivalidades geopolíticas entre los países vecinos. Y menciono únicamente los puntos de tensión y los conflictos más graves entre los muchos existentes, sin contar con los potenciales derivados de la fragilidad política interna de muchos, quizás la mayoría de los Estados asiáticos, lo que conduce a una situación tan fluida como incierta.
Principales puntos de conflicto en Asia y el Indo-Pacífico
Dos circunstancias recientes pueden alterar el precario y volátil equilibrio de poderes en la región asiática y la cuenca del Indo-Pacífico: las dificultades internas derivadas de la contracción económica y la tensión político-social en China, por una parte, y, por otra, la reciente elección del imprevisible Donald Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos.
En Pekín, Xi Jinping se esfuerza en consolidar su poder absoluto sobre el Partido Comunista Chino y el de este sobre el Estado y la sociedad chinos en un difícil contexto económico, social y medioambiental, con fuertes tensiones en sus periferias uigur y tibetana, sin contar con los contratiempos que para Pekín suponen el díscolo Taiwán y el territorio no totalmente asimilado de Hong Kong.
En Washington se aguarda en un ambiente de temor rayano en la zozobra la asunción de la presidencia por el controvertido Donald Trump. Sus supuestas tentaciones aislacionistas han suscitado recelo en los aliados tradicionales japoneses y surcoreanos. Se ignora a estas alturas si Trump seguirá o cambiará la política de Obama hacia China, que ha combinado la cooperación económica con la rivalidad estratégica, o si invertirá los términos, acosando a Pekín en el terreno comercial y dejándole campo libre en Asia y en sus mares circundantes.
En el terreno comercial, la decisión de Trump de poner fin al ambicioso proyecto de una Alianza Transpacífica (TPP) ha causado enojo y malestar en los numerosos países asiáticos que iban a formar parte de la misma, que tendrán que adaptarse a un contexto más proteccionista.
A la espera de cómo vayan decantándose las cosas en Pekín y Washington y de cómo se reconfigure la relación fundamental entre ambos, interesa repasar en síntesis los últimos movimientos de este dúo y de otros tres actores con capacidad de ser determinantes en la correlación de fuerzas que resulte.
Cinco actores, diez relaciones bilaterales críticas
Probablemente la más importante de las relaciones bilaterales a escala global sea entre EE. UU. y China. En la agenda de Trump y Xi Jinping se encuentran los problemas comerciales y monetarios, la colaboración china en la desnuclearización de Corea del Norte, la eterna cuestión de Taiwán y la confrontación rampante entre Washington y Pekín en el Mar de China Meridional.
Para ampliar: “How should Trump deal with China and how should China deal with Trump”, China File, 2016
Japón es la principal alianza de Washington en Asia. Abe ya ha ido a Nueva York a conocer a Trump, pero preocupa la tendencia al aislacionismo que Tokio detecta en el nuevo presidente. Corea del Norte, China y la estabilidad en Asia en general son los principales temas que tratar en una alianza que debería mantenerse o incluso reforzarse.
Por lo que respecta a India, Narendra Modi quiere dar a su país una política exterior más ambiciosa y activa, con especial proyección hacia Asia oriental y el Pacífico para contrapesar la expansión china en el Índico. Superando inercias neutralistas, Nueva Delhi trata cautelosamente de mejorar la cooperación con Washington. En la agenda Modi-Trump estarán la cooperación económica, el diálogo regional y una posible cooperación militar ya iniciada con Obama
La relación Washington-Moscú tiene muchos frentes y Asia viene detrás, en este sentido, de Ucrania o de Siria… Sin embargo, la aparente afinidad entre Trump y Putin podría propiciar un cierto deshielo. Washington podría tratar de desenganchar a Moscú de su reciente política de cooperación preferente con China. Son muchas las dudas e incógnitas abiertas.
Entre China y Japón no ha habido nada parecido a la reconciliación franco-alemana. La Historia y sus diferentes lecturas hacen que la enemistad sino-nipona sea uno de los principales focos de tensión permanente en Asia. La reivindicación china de las islas Senkaku, administradas por Japón, se suma a la creciente rivalidad por la influencia en Asia e incluso más allá. Lo mejor que se podría esperar es que Pekín y Tokio no pasasen de las palabras a las manos.
Otra relación difícil para China, aunque menos envenenada que la que mantiene con Japón, involucra a la India. Rivalidad geopolítica a través del Himalaya, litigio fronterizo sin resolver, ambición india de recuperar el tiempo perdido y atrapar económicamente al gran vecino y profunda rivalidad histórico-cultural de dos países que contienen sendas civilizaciones. Nubes en el horizonte
En el caso de China y Rusia, ambos países comparten una sensación de hostigamiento desde Washington. Deseosos de aumentar cada uno su peso e influencia en Asia y más allá, han tejido en los últimos años una estrecha relación de cooperación económica y estratégica, sin que pueda hablarse aún de una verdadera alianza. Aunque el adversario común los ha unido coyunturalmente, los dos colosos son conscientes de que sus intereses geopolíticos son más antagónicos que complementarios, tanto en Siberia como en Mongolia y en Asia central. Se trata de una amistad de conveniencia cuya duración a largo plazo plantea interrogantes.
Si esta animadversión común a Estados Unidos ha acercado a Rusia y China, la desconfianza creciente hacia China es el mejor vínculo entre dos países de civilizaciones y estilos de vida tan dispares como Japón e India. Abe y Modi han intercambiado visitas, acuerdos y grandes proyectos de cooperación en los ámbitos económico, de infraestructuras, de tecnología nuclear y de armamento y planificación militar. Pekín une cada vez más estrechamente a indios y a japoneses, y mi impresión es que esta relación irá in crescendo: para Modi es más fácil justificar un acercamiento a Tokio que a Washington, y Estados Unidos bendice, complacido, el nuevo romance entre “maharajás y samuráis”.
De la misma manera, dos países tradicionalmente rivales como Japón y Rusia se están acercando, e incluso se especula con la posibilidad de que Putin aproveche su viaje a Japón en diciembre para firmar un acuerdo histórico con Abe acerca del contencioso sobre la soberanía de cuatro islas meridionales en el archipiélago de las Kuriles ocupadas por la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial y que Tokio reivindica. En todo caso, este acercamiento interesa a ambos: a los rusos para marcar distancias con Pekín y a los japoneses para ganar margen de maniobra respecto a Washington.
Finalmente, la amistad histórica nacida entre Rusia e India durante la Guerra Fría prosigue hoy bajo Putin y Modi, si bien el segundo recela de la proximidad del primero a China, gran protectora estratégica del eterno enemigo de la India, Pakistán. Pero Moscú no romperá sus vínculos con Nueva Delhi, ya que le ofrecen margen de maniobra frente a una China oficialmente amiga, pero en el fondo rival geopolítica inevitable para ambos.
Los demás actores —o peones— en el tablero
Aunque la necesaria brevedad nos obliga a dar prioridad a las relaciones entre estos cinco grandes de Asia y el Indo-Pacífico, no sería justo dejar de mencionar, siquiera sucintamente, el importante papel que para la conformación de alianzas y equilibrios entre este asimétrico quinteto pueden desempeñar países como las dos Coreas, Australia, Pakistán, Sri Lanka y los diez países del Sudeste Asiático, bien considerados juntos en su condición de miembros de la ASEAN o bien individualmente, dado el reciente estado de división y falta de coherencia regional de una organización que tuvo la ambición de centralizar la cooperación y la seguridad en el vasto contexto asiático y que hoy parece incapaz de adoptar una postura común ante el conflicto que más le afecta: las disputas de soberanía en torno al Mar de China Meridional.
Por eso, dentro o fuera del marco de la ASEAN, habrá que prestar atención también a la inestable situación en países críticos como Indonesia, Vietnam, Filipinas, Tailandia, Singapur o Myanmar, todos ellos en condiciones de actuar como peones estratégicos de primera magnitud en favor de unas u otras potencias o grupos de potencias contendientes. Las estridencias y frivolidades del nuevo presidente filipino Rod Duterte, la complicada y problemática sucesión del difunto rey Bhumibol en Tailandia, el conflicto étnico persistente en Myanmar y el papel geoestratégico de países como Vietnam, Indonesia o Singapur trasciende los vaivenes de la ASEAN, que, de no corregir su rumbo, hoy a la deriva, podría pasar de sus recientes aspiraciones de centralidad a una situación de irrelevancia geopolítica.
Como consecuencia, desaparecida la ASEAN como actor relevante en Asia, sus países miembros —o la mayoría de ellos— pasarían a la triste condición de peones en la principal partida de un gran juego ya no reservado exclusivamente a Estados Unidos y China, a modo no tanto de un tablero de ajedrez —como llegó a parecer hace unos pocos años—, sino más bien una gran partida de parchís a cinco. Si hasta hace poco se habló de un posible G2 entre Estados Unidos y China, hoy se atisba la posibilidad fáctica de un directorio regional a cinco que incluya, además de las dos grandes potencias citadas, a Japón, India y Rusia.
Dinámicas, tendencias y escenarios
En conclusión, la gran incógnita de estos días es la de saber cómo se producirá la transición Obama-Trump en un marco cargado de incertidumbres en todos los frentes. Por lo que se refiere a Asia y el Indo-Pacífico, que serán cada vez más un espacio geopolítico integrado dentro de su carácter complejo y diverso, los demás actores —grandes, medianos y pequeños— esperan con ansiedad qué quedará del célebre reequilibrio asiático de Barack Obama, que en sus cinco o seis años de existencia ha devuelto la presencia dominante de Estados Unidos en la zona, para contrarío de chinos y rusos y tranquilidad, en diversos grados y medidas, de casi todos los demás actores asiáticos.
Alarma observar que, tras la elección de Trump, las cinco principales potencias del Indo-Pacífico pasarán a estar dirigidas por líderes abiertamente nacionalistas: Trump en Washington, Xi Jinping en Pekín, Shinzo Abe en Tokio, Narendra Modi en Delhi y Vladimir Putin en Moscú. Las incertidumbres auguran una gran fluidez estratégica y, dada la delicadeza de muchas situaciones y conflictos en la zona, cabría esperar por parte de todos actuaciones basadas en la prudencia, el realismo y la visión estratégica a largo plazo. No es seguro que este escenario ideal se materialice.
Y, para terminar, una reflexión no exenta de amargura: quizás haya llamado la atención del lector la falta de referencias a Europa. Desgraciadamente, a día de hoy, en Asia y el Indo-Pacífico Europa ni está ni se le espera.
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