La edición de Alianza es la primera de este bizarro libro publicada en España y cuenta con un prólogo de Julio Caro Baroja y con la traducción de José Luis Cano. Su primera edición data de 1970. El ejemplar que encontré en la biblioteca pertenecía a la quinta reimpresión y estaba fechado en 1993. Nadie lo había usado jamás; su ficha de préstamo estaba en blanco y, aunque ni mucho menos olía a nuevo, se podía percibir que aún tenía himen; en otras palabras: que no había sido abierto jamás. Cuento esta historia, y también la del párrafo superior, porque este Manuscrito encontrado en Zaragoza tiene su propia historia, tan bizarra casi como las narraciones que lo componen. Pero volvamos al tema que nos ocupa: no es la edición de Alianza la única publicada en España, pues posteriormente se han sucedido, con diferente extensión y contenido, varias; la de Valdemar, en 1997, la de Pre-Textos, en 2001 y la de Acantilado, en 2009, siendo esta última la más larga y completa. Y no es este apunte cuestión baladí, ya que el libro se compone de varias partes, decamerones, en este caso, que se han ido incluyendo u obviando según el criterio del editor de turno. La primera parte del libro, compuesta por las catorce jornadas de Alfonso van Worden y los tres relatos de Avadoro (los dos primeros decamerones), se publicó por primera vez en San Petersburgo en 1804. La segunda parte, la historia de Avadoro (compuesta por los cuatro decamerones restantes), vio la luz en París en 1813. Fue la primera parte la que volvería editarse en Francia en 1958, elevando por fin el libro a la categoría de obra maestra de la literatura fantástica de todos los tiempos. También a raíz de esta publicación el Manuscrito fue llevado al cine años después.
La versión de Alianza, que es la que nos concierne, contiene sólo la primera parte, donde se relatan las aventuras de un valeroso capitán de la guardia valona llamado Alfonso Van Worden, que es enviado a Madrid para formar parte de la guardia real de Felipe V. En su camino a través de Sierra Morena pierde a sus criados de forma misteriosa y, una vez solo, se detiene en una venta abandonada para hacer noche. En ella acontecen sucesos sobrenaturales que comienzan con la aparición de dos misteriosas hermanas bereberes que resultan ser, después de todo, primas suyas, ya que don Alfonso pertenece a la noble y muy importante familia de los Gomélez. Cuando despierta, a la mañana siguiente, ya no se encuentra en la venta, sino en el exterior, junto a los cuerpos ahorcados de los hermanos Zoto, dos bandidos muy conocidos en la zona. La horca se encuentra en un punto del camino anterior a la venta, por el cual ya había pasado, así que, debido a este retroceso en el tiempo, don Alfonso no tendrá más remedio que volver a pasar por el misterioso lugar. Quizá sea esta parte inicial la que más estremece al lector, pues uno no se espera una solución tan terrorífica dentro de un relato escrito en el siglo XVIII y aparentemente ilustrado y realista. A partir de este punto, se desencadenarán una serie de sucesos raros y aparecerán otros personajes cuyas historias están también repletas de misterio, como el ermitaño, el endemoniado Pacheco, el bandido Zoto, un cabalista llamado Uceda y la hermana de éste, de nombre Rebeca. La peculiaridad estructural del libro no es ni mucho menos una novedad para la época, pero sí lo es sin embargo la forma de interpretarla, pues la fórmula basada en la narración de historia dentro de historia proveniente de la tradición oriental, que se ha dado en llamar técnica del relato enmarcado (y que desde aquí yo rebautizo como técnica del relato matrioska, ya que existe una historia raíz que contiene las demás historias unas dentro de las otras), interpreta la estructura bajo una fórmula que podríamos enunciar así: A-B-C-D(A). Tenemos una historia, A, que es interrumpida por la narración de otra, B, relatada por uno de los personajes de la A, que a su vez es también interrumpida por la C siguiendo el mismo parámetro, y así aparentemente ad infinitum. Pero llega un punto en la historia D en la que aparecen algunos personajes de la A y de este modo terminan enlazando por finunas historias con las otras. Esta original composición de planos imbricados parece más compleja de lo que en realidad es, ya que no resulta nada difícil seguirla. Cabe destacar el hecho de que en la versión de Alianza (de ahí la necesaria introducción al inicio de este texto) el proyecto de Potocki no aparece completo del todo, a diferencia de la de Acantilado, y es difícil entender en toda su extensión la aplicación de la fórmula a la que hago referencia. En cualquier caso, la fórmula es la misma en ambas partes y no existe pues una gran diferencia en lo esencial.No hemos hablado aún del autor, el conde Jan Potocki (1761-1815), un aristócrata polaco que pasó parte de su vida viajando y dedicado al estudio de la lingüística, la arqueología y la historia, y cuyas investigaciones fue reflejando en varios libros. Potocki era por lo tanto un ilustrado en toda regla, hecho que sin duda se refleja en este su obra más famosa, a caballo entre lo fantástico y lo ilustrado y que, como afirma César Aira en la edición de Pre-textos “tiene un pie en Voltaire y el otro en Hoffmann”. Refiere también Aira en su prólogo que el Manuscrito “constituye una culminación de la Ilustración y un anuncio ya maduro del Romanticismo. Y si en su ritmo majestuoso y la riqueza de su realismo inaugura la gran novela del siglo XIX, su audacia formal y su experimentación con distintos registros y niveles de ficción anticipa la literatura del siglo XX, y más allá.” Efectivamente, se atisban en la obra de Potocki, elementos de transición entre dos épocas, lo que nos obliga a tildarlo de vanguardista, pionero o visionario. Un hecho que me llama poderosamente la atención es el simbolismo de la figura de los hermanos, pues aparecen varios a lo largo del libro. De hecho, en una de las historias de libro se explica el significado de esta dualidad, de voz de los cabalistas, como algo más científico que esotérico. Otro hecho a destacar es la forma de comenzar el libro, pues es un oficial napoleónico quien supuestamente encuentra el manuscrito durante el sitio de Zaragoza. Sin embargo, esto se antoja fruto de la imaginación de Potocki, como tantas otras cosas que combinan la realidad de la España de la época con ficciones más o menos inventadas. De hecho, en la segunda parte del libro, apenas esbozada en la edición de Alianza, se opera un cambio sustancial; se sustituye la fantasía por la literatura picaresca de tradición española.Pero si por algo se conoce este texto es por su vertiente esotérica, en la que aparecen demonios, fantasmas y otros seres del más allá traídos con un gran pulso narrativo que lo convierte en referencia del género de suspense. No obstante, todo él está interpretado con cierta ironía, pues el conde tira por tierra la fantasía encontrándole una explicación científica que aclara, o al menos destaca, cada cierto número de páginas. Quizá lo peor de la prosa sea el descarado carácter descriptivo, probablemente en aras del suspense, y la carencia de figuras y de lírica. De todas formas, teniendo en cuenta que estamos ante una obra de género, el Manuscrito se antoja referencia esencial en la historia para los amantes del suspense, la cábala, el esoterismo y la narración psicológica, y también para los amantes de la literatura en general.
Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. Alianza Editorial, 1970, 1993. [Traducción de José Luis Cano. Prólogo de Julio caro Baroja].