Cuando planteas en casa el dolor que sufres como madre cuando entra tu hijo en la guardería todo el mundo tiene la respuesta automática para callarte: “Ya os acostumbraréis y no le echarás tanto de menos”.
Entiendo perfectamente que cuando planteas algo negativo delante de la gente, esta gente quiera hacer oídos sordos al dolor ajeno y procuren solucionarlo o atajarlo de la única manera que conocen: Quitando hierro al asunto.
¿Tanto cuesta aceptar que la vida también tiene su lado más triste que hace más esplendoroso el alegre? No sé, quiero pensar que yo no digo este tipo de frases a la gente que me viene a contar sus penas porque necesitan compartirlas para no sentirse solos ante la situación.
Pero en realidad con este post quiero deciros otra cosa: No es verdad que te acostumbras. Llega un momento en el que te dejas vivir con ello, pero no te acostumbras.
Yo tuve la suerte (o la desgracia) de poder vivir durante un corto período de tiempo algo mejor… No he sido capaz de volver a lo viejo malo igual de bien. Os cuento mi caso:
Tengo un horario peculiar en el trabajo, principalmente se trata de un turno de tarde. Hasta ahora estaba encantada con él: me encanta mi jefe, estaba a gusto con los compañeros de trabajo, me fascina el trabajo que tengo que hacer y me permitía hacer gestiones personales antes de ir a trabajar. Vivía en una nube de felicidad.
Llegó Bebé Fúturo a nuestras vidas y por suerte durante todo el tiempo posible hemos podido contar con el cuidado que proporcionan unos abuelos y una Tita a completa disposición. Entre las vacaciones de unos y la falta de trabajo de otra, nos apañábamos y mi horario seguía sin ser un problema demasiado grave.
Pero llegó un día que las vacaciones de unos se acabaron y la siguiente opción tenía otros compromisos. Contábamos con la última opción, pero justo se tuvo que ir de viaje de urgencia a su lugar de origen y no podíamos contar tampoco con ella (y eso que me había concienciado que iba a ser un filón de posts de desahogo…).
Total… Había que meter a Bebé Fúturo a la guardería. En una semana teníamos que elegir cuál, pero la verdad es que lo teníamos muy claro: la guardería era la que iba a ser después su colegio. Llamé y me aseguraron que habría plaza para él, así que fui un día a conocerlo y al día siguiente comenzó a ir. Con todo lo que ello conlleva.
Ya os conté que la adaptación fue un suplicio. Pero lo que os quiero contar es que le tenía que llevar temprano por la mañana (porque era el horario de la guardería) y yo llegaba tardísimo a casa. Lo aguanté con la promesa de mi empresa que cuando se incorporara de su baja de maternidad quien me estuvo sustituyendo, adaptarían el horario a mis condiciones.
Así que la chica llegó… Y yo adapté mi horario a condiciones de mi jefe y a mi vida personal hasta que, después de enseñarle a mi compañera, yo me incoporara al sitio nuevo. Que tenía tiempo porque hasta abril no iba a tener que ir realmente.
Todo se truncó cuando otra compañera avisa un miércoles que el viernes es su último día… Me ofrecen su puesto de trabajo, pero no me interesa, así que se lo adjudican, por urgencia, a mi compañera. Yo vuelvo a mi horario de antes… Y no os voy a detallar mis penas, pero ha sido insoportable.
Ver a Bebé Fúturo cómo su desarrollo se atrasaba por no verme, no verle… Llorar por las esquinas del trabajo, intentando aguantar el tipo cuando las circunstancias lo requerían. Promesas de que encontrarán solución, mi jefe exigiéndome trabajos. Un día llegué a explotar y llorar desconsoladamente en el baño.
Pero el pasado viernes vino quien considero ahora mismo mi luz al final del túnel: mi sustituta. Me la han presentado, el lunes se incorpora y espero que (no el lunes, porque todavía hay mucho que enseñar), pero sí la semana que viene vuelvo a recuperar, poquito a poco, un horario mejor y más compatible con mi vida familiar…
Sobre mi puesto de trabajo de abril, el asunto se canceló (no me preguntéis porqué). Y sigo sin saber cuál va a ser mi futuro laboral en la empresa… ¿Hacemos apuestas?