Me gusta , soy una apasionada de su novela, del humor absurdo que emana de sus páginas y que no es sino una estrategia perfecta para criticar, sin insultos, con inteligencia, con el savoir-faire que también lo caracterizan como persona, determinadas costumbres sociales, la acción política ineficaz que no lleva más que al enfrentamiento del pueblo por las ansias de poder de los gobernantes, para censurar los prejuicios que consiguen hacer del ser humano alguien superficial.
Por eso, al ver que Seix Barral había sacado una trilogía teatral de nuestro , me apresuré a comprarla; he de confesar que desconocía su labor como dramaturgo. Me llevé una sorpresa al leer en el que la infancia de Mendoza estaba unida al teatro. No entiendo cómo ha escrito solamente tres obras, Restauración , Gloria y Grandes preguntas. En las tres se nota el sello del autor, pero hoy sólo voy a comentar Grandes preguntas porque es la que más me ha gustado. Es donde he podido distinguir sin dificultad al Eduardo Mendoza novelista, escritor, portador de uno de los estilos que confieso más difíciles sin caer en la tontería, el absurdo, subgénero en el que parece desenvolverse como pez en el agua y que me atrae especialmente porque me obliga a pensar.
Y, aunque es cierto que la mayoría de ocasiones el absurdo pretende reflejar lo disparatado de la vida humana, también lo es que Mendoza evidencia además el sinsentido social, quedando sus obras como crítica hacia esa sociedad (que es la nuestra).
es un referente del absurdo de Ionesco o Beckett; algo que no pasará de moda, universal, porque revela la obsesión por hallar la verdad absoluta que, por supuesto, no se encuentra en este mundo en el que estamos solos, como el anacoreta Tobías
Grandes preguntas es una mezcla entre interrogatorio policial y confesión religiosa (supuestamente el fallecido llega al cielo y supuestamente el guardián le pregunta por sus actos, para juzgar si puede entrar. Nada más lejos de la realidad)
El careo se convierte en un espejo acusador de los valores impuestos por una sociedad que los considera trascendentes, sexo, comida, deportes... hasta que el propio interesado se da cuenta de lo que es importante y, lo que es peor, ya no puede remediarlo.
En las repeticiones están condensadas las acusaciones, en la falta de sentido de las preguntas se esconde la falta de sentido de la existencia, propicia para cuestionar a la sociedad y al ser humano
La entrada de Marcial y su monólogo, sin venir a cuento en la conversación entre Tobías y Martín, es demoledora, de una tragedia espantosa, de cómo podemos llegar a aprovecharnos del débil, sin importarnos las consecuencias que deba sufrir, sin afectarnos su muerte y, lo que es peor, sin que todo esto permanezca bajo el amparo de la justicia y pueda quedar, cualquier maltratador físico o moral, cualquier asesino sin una sentencia honesta.
Esta denuncia aparece en Grandes preguntas, no sólo en el desorden estructural sino en los recuerdos que le vienen a Daniel sobre Missy "Si ella se había hecho ilusiones de alguna clase, yo no tengo la culpa" y a los que Tobías, ese supuesto juez, parece no conceder ninguna importancia. De ahí que nuestro fallecido, al darse cuenta de sus errores y la poca repercusión que van a tener en el veredicto, se lo echa en cara a Tobías, acusándolo de ser igual que él "Somos la misma cara de la misma moneda. Y encima la moneda es falsa".
Daniel, símbolo del hombre, se encuentra perdido en un mundo sin sentido. ¿Está realmente en el cielo? ¿es el infierno? ¿es un sueño? Al no tener nada claro, al sentirse parte de una arbitrariedad total es cuando asaltan, tanto al personaje como al espectador, la conciencia de estar solo, la certeza de la incomunicación, la convicción de que nada es importante, de que el paso del tiempo es inflexible, implacable, circular, consiguiendo que todos los desastres vuelvan a cometerse. La existencia no entiende de lógica por eso el espacio de representación está vacío, sólo ocupado por personajes que se sienten fuera de contexto representando escenas incoherentes, contrarias a la razón.
En Grandes preguntas se cuestiona la necesidad de la espera puesto que Daniel, desde el primer momento está expectante por saber qué se va a decidir hacer con él, y tras el interrogatorio se da cuenta de que nadie decide nada, que todo le ha servido para reflexionar, para que reflexionemos, sobre sus hechos y los de quienes lo rodean, pero va a continuar solo aun en la falsa esperanza de una vida eterna tras ser absuelto "No hay ningún veredicto".
No hay vida eterna, no puede haberla desde el momento en que la vida terrenal es irracional, por lo tanto si la existencia no tiene lógica, es inexplicable que intentemos buscar fundamento en una vida imaginaria.
Humor irónico al referirse a aquéllos que creen saberlo todo
Humor en el significado denotativo de las palabras
Asimismo, el tono de Tobías varía a lo largo de la obra, desde el interrogatorio para dar la impresión de que sólo quiere informarse, hasta el coercitivo para imponer su voluntad, quiere que Daniel llegue a donde a él le interesa, pasando por el irónico para ridiculizar determinadas apreciaciones sociales no del todo correctas:
Los gestos reguladores favorecen la función fática, de contacto entre los personajes, aunque a veces, por medio de las acotaciones, entendamos que esa interacción se rompe. Estamos condenados a no entendernos
El personaje de Marcial es quien probablemente realice más gestos adaptadores, que incrementan su tensión con determinados tics y pretenden controlar su estado emocional.
Lo que apenas encontramos son gestos emocionales. Los sentimientos no tienen cabida en una sociedad despiadada, irracional.
Por eso, las grandes preguntas son aquellas que se refieren a todo lo que hacemos y a lo que no concedemos importancia, bien porque es la costumbre, bien porque lo encontramos intrascendente y, al final, dejándonos llevar por "lo políticamente correcto" estamos creando una sociedad absurda, desnaturalizada, deshumanizada.