Granvia Sud, historia del barrio sacrificado a los intereses de Barcelona (2)

Por Ireneu @ireneuc

(Viene de parte 1) La aprobación del Plan Comarcal del año 1953 significó el primer intento de poner un poco de orden al caótico crecimiento de toda el área metropolitana de Barcelona y, dadas las necesidades crecientes de vivienda en una población en constante expansión, los terrenos que tenían fachada a la Gran Via fueron calificados como zona residencial intensiva: el sector Gran Vía Norte (que posteriormente daría lugar a los polígonos de Bellvitge y el Gornal, perdiendo su denominación original) y sector Gran Vía Sur que, con el tiempo, acabaría manteniendo su nombre. Una planificación que, si bien mantenía su consideración de industrial en los terrenos colindantes al incipiente polígono industrial de la Zona Franca, ponía fecha de caducidad tanto a Can Pi, como a La Bomba y a las industrias que habían entre ellas. Sin embargo, en 1958, un cambio de opinión entre los urbanistas hace que todo lo que tenía que ser residencial al sur de la Gran Via se recalifique a industrial. Un cambio que no hizo la más mínima gracia a los propietarios de los terrenos, sobre todo al influyente empresario del mundo del espectáculo (toros, cines y teatros) Pere Balañá y a su hermano Josep, que veían cómo, a causa de esta rectificación a industrial, sus propiedades pasaban a valer la mitad que si fueran residenciales. La influencia y buenas relaciones con el régimen franquista de los Balañá se puso en marcha y en 1959 los urbanistas volvían a dar la calificación de residencial a una franja de terreno junto a la Gran Via que, casualmente, enganchaba de pleno todos sus terrenos. Solucionado.

Así, en 1960, mientras que los Balañá tiraban adelante el proyecto de construir pisos en los 75.000 m2 del espacio entre la Gran Via, la calle Arquitectura, Literatura y la Riera Blanca (es decir frente el Cuartel de Lepanto y tocando a la Pl. Cerdà), las condiciones de vida de las chabolas de La Bomba se iban haciendo más duras conforme que aumentaba la población inmigrante pobre que se instalaban en ellas. Paralelamente, en Can Pi y las zonas de sitiales de Santa Eulàlia se vieron afectados por una epidemia de peste porcina que obligó al sacrificio de miles de cerdos y a su entierro en grandes fosas. Un duro golpe para los basureros que allí vivían, marcando el principio del fin de estas actividades y hasta el declive del mismo barrio durante los años siguientes.

La muerte por inanición de una persona en La Bomba en 1962, hizo que se diera visibilidad al problema de la miseria del barrio y que la gente que allí malvivía acabase por organizarse políticamente, pese a la dictadura, para reclamar mejoras para la barriada. En 1965 había 300 barracas donde se alojaban unas 500 familias, lo que suponía una población residente de alrededor de 2.000 personas. Organizados en torno un grupo que encabezaban Pura Fernández y su marido Felipe Cruz, militantes comunistas y residentes en La Bomba, consiguieron a base de autoorganización y protestas ante el ayuntamiento hospitalense, la creación de un pequeño centro cívico, una cooperativa de viviendas para conseguir la construcción de pisos en Bellvitge y la detención de la pareja por la policía por su militancia comunista. Militancia que le permitiría hacer amistad con la posterior alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que durante 1967 viviría de alquiler en uno de los primeros pisos que había construido Balañá en lo que se conoció como Conjunto Residencial (o polígono) Granvia y que estaban al lado de La Bomba.

Can Pi, por su parte, con problemas semejantes a La Bomba producto de la inmigración masiva y la falta de infraestructuras, se organiza entorno a la Asociación de Vecinos a partir de 1967 (primera AA.VV. de Hospitalet), reclamando la concesión de pisos decentes en Bellvitge y la cobertura de la acequia del Torrente Gornal que atravesaba el barrio. El desvio de las aguas contaminadas de la Riera de Rubí y del río Anoia en 1968 hacia el Canal de la Infanta, había convertido toda su red en una cloaca a cielo abierto y un foco de infección, tanto más grave cuanto más precarias fueran las zonas que atravesaban. La Bomba y Can Pi, recibieron de pleno la oleada tóxica, lo que, ante la pasividad de las autoridades (que estaba centrado en otras historias más lucrativas) y pese a las protestas, obligó a las dos barriadas a cubrirse las acequias que las atravesaban con sus propios medios.

Efectivamente el ayuntamiento de Hospitalet, desde el 1962 en manos de Matías de España Muntadas, se lanzó en cuerpo y alma en la construcción de polígonos residenciales en la ciudad (Bellvitge, Can Serra, Gornal...) y no dudó en aprobar en 1969 el proyecto del Polígono Pedrosa, un proyecto residencial que, con una extensión de 95 hectáreas convertiría la fachada sur de la Gran Via entre Can Pi y el Polígono Granvia en un nuevo Bellvitge donde construir (siempre al alza, claro) 6.424 pisos y meter más de 25.000 nuevos vecinos. El objetivo franquista de encastrar 600.000 habitantes en L'Hospitalet para el año 2000 tomaba velocidad de crucero: en 1970 alcanzaba ya las 242.000 almas.

El cambio de década supuso que al ayuntamiento le crecieran los enanos en Gran Vía Sur. El recién construido Polígono Granvia, aislado entre los campos que aún quedaban, las obras de la obertura de la Ronda del Mig y la plaza Cerdà, la transformación de la Gran Via en una autovía y la falta de cualquier tipo de infraestructura, se puso en pie de guerra llegando a cortar la Gran Via en 1971 para conseguir un semáforo que permitiera cruzar dicha arteria circulatoria en plano y con cierta seguridad, en lo que fue la primera manifestación en L'Hospitalet durante el franquismo. Manifestaciones que se repitieron y a las que se sumaron los vecinos de La Bomba para exigir la concesión de pisos en el nuevo barrio del Gornal (demorada hasta extremos vergonzosos) siendo, por ello, duramente reprimidos por la policía.

La llegada de la democracia llevó incluida la entrega de las primeras 252 llaves a vecinos de La Bomba en 1976 que, de esta forma, comenzaba a quedar desalojada. No obstante, también llevó la conversión de la Gran Via en una autopista de 4 carriles por sentido que aislaba (y cabreaba) aún más si cabe a los vecinos de Can Pi y del Polígono Granvia. Este aislamiento forzado, junto al final de la recogida manual de basuras por los basureros y la entrada en servicio del vertedero del Garraf en 1974 ( ver La pútrida avalancha de Can Clos ), hizo que Can Pi se fuera abandonando progresivamente. El cambio de alcalde en L'Hospitalet en 1974 permitió que el polígono residencial Pedrosa no se concretara y, con buen criterio, el nuevo consistorio decidiera transformarlo en un polígono industrial en 1977. Cambio que fue ratificado por la Generalitat en 1979.

La construcción de Fira de Barcelona en 1995, comportó la transformación brutal del espacio de la Gran Via (conocida tradicionalmente en Hospitalet como Granvia -todo junto-) desde Bellvitge hasta Barcelona. El soterramiento en 1999 de las calzadas centrales de la Granvia y la eliminación de los viaductos de Pl. Cerdà, gracias en buena parte a los más de 3.000 habitantes del Polígono Granvia que lucharon lo indecible para conseguir una comunicación a pie llano con Santa Eulalia y el paseo de la Zona Franca, siguió con el derribo de los cuarteles de Lepanto en el año 2000 y la inauguración en aquel mismo solar de la Ciutat de la Justícia en 2008. La instalación en 2003 de los almacenes de IKEA y el Centro Comercial Granvia 2, así como la inauguración en 2007 de una nueva ampliación de Fira de Barcelona y de la futurista Plaça Europa, con sus rascacielos construidos en 2010, acabaron por conferir al barrio de Granvia Sud (denominación oficial aprobada en 2013, a la vez que la Plaça Europa se traspasaba a Santa Eulàlia) el carácter de zona de servicios e industrial que tiene en la actualidad. Un barrio administrado por L'Hospitalet pero que, abocado de forma absoluta hacia la Ciudad Condal, crece y se desarrolla totalmente a espaldas de la realidad social del municipio que lo acoge.