Al inicio de Gravedad (Gravity, EU, 2013), séptimo largometraje de Alfonso Cuarón (obras mayores La Princesita/1995 y Niños del Hombre/2006), un letrero nos informa que "la vida en el espacio es imposible". En los siguientes 90 minutos, la película se hará cargo de subrayar una y otra vez eso mismo: que la vida en el espacio es imposible... a menos que seas una estrella de cine. Mejor dicho: una gran estrella de cine. Más específicamente, Sandra Bullock. Estamos en el espacio. El veterano astronauta Matt Kowalsky (George Clooney en su gustado papel de George Clooney) en su última misión, la novata ingeniera Ryan Stone (Bullock) en su primer viaje y un tercer astronauta llamado Shariff (Phaldut Sharma), están allá arriba, haciendo reparaciones en el Hubble. La única concentrada en su chamba es la ingeniera Stone, pues Shariff, atado al transbordador espacial, se deja llevar por la gravedad cero, chiroteando de aquí para allá, mientras Kowalsky escucha música, bromea y cuenta anécdotas que todo mundo ha escuchado infinidad de veces, como le dice la voz que le contesta desde Houston (Ed Harris, en obvio guiño a Apolo 13/Howard/1995). Todo mundo sabe que en "el espacio nadie escuchará tus gritos", pero este lema es lo de menos: muy pronto los tres astronautas estarán gritando, llorando y hasta resollando por falta de oxígeno cuando innumerables fragmentos de basura espacial, provenientes de un satélite espía ruso destruido, se dirijan contra ellos a velocidad mortal. Con el transbordador destruido, las comunicaciones con Houston suspendidas y Sharif muerto al instante, el experimento Kowalsky y la debutante Stone tratarán de sobrevivir en las peores condiciones imaginables, ahí donde la vida "es imposible". En el segundo párrafo anoté "Estamos en el espacio". En efecto, lo que atrapa inicialmente en Gravedad es que, cinematográficamente hablando, estamos en el espacio. Todas las leyes fílmicas son derrumbadas por una mágica puesta en imágenes en la que, a través de la cámara de Emmanuel Lubezki, los efectos especiales supervisados por Tim Webber y los creadores/manejadores de las marionetas de la obra teatral "War Horse", no hay arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha, solo un encuadre que, evidentemente, se queda corto para captar la infinitud del espacio. En este escenario visual maravilloso, la Ryan Stone de la señora Bullock flota grácilmente en el espacio y en el interior de una estación rusa o china, con una cámara que, como ella, flota libremente, sin atadura de ningún tipo, porque en el espacio no hay suelo ni cielo posibles. Los 13 minutos iniciales del filme -esos que, tecnología digital de por medio, están contenidos en una sola toma extendida- son la desafiante carta de presentación de Cuarón/Lubezki para este bravo nuevo mundo de imagen postcinematográfica: la cámara viaja libremente entre los astronautas, se aleja o se acerca a ellos objetivamente, en un acto de prestidigitación se transforma en la mirada subjetiva de uno de ellos, atraviesa el casco para compartir la visión, sale de él para seguir viajando... No es la mirada de Dios, pero sí su cámara. Solo por su proeza visual, Gravedad merece listarse no solo entre lo mejor del año sino, acaso, como la primera obra mayor de un auténtico cineasta que ha entendido mejor que nadie -por lo menos hasta el momento- los alcances que la nueva tecnología (¿post?)cinematográfica le ofrece. Sin embargo, si solo fuera por esto, podríamos seguir escribiendo maravillas de la película para, después, hacerla a un lado de forma displicente, como sucedió, por ejemplo, con Avatar (Cameron, 2009). "Imágenes impresionantes + historia convencional = mero espectáculo hollywoodense", dijeron justamente de la cinta de Cameron y lo han repetido algunos, injustamente, con respecto al filme de Cuarón. Habría que partir de un primer argumento muy simple: que una película sea visualmente espectacular no es, por sí mismo, un defecto. Es, en todo caso, una característica más y, tratándose de un arte cuyo sostén central son las imágenes en movimiento, la espectacularidad no puede ser rechazada per se. El otro argumento es mucho más subjetivo: más allá de lo revolucionaria que puede resultar la cinta y más allá de su espectacularidad visual -que ninguno de sus detractores ha puesto en duda, por cierto-, hay otro elemento que ha conectado con una parte importante del público. Me refiero a las emociones que produce la película. Emociones que, acaso, tienen un origen muy simple -después de todo, estamos ante un filme cuya historia es la de la supervivencia de una mujer en un ambiente hostil-, pero que son manipuladas de manera maestra por Alfonso Cuarón, el cineasta, y por Sandra Bullock, la actriz. Por supuesto, la gente que se desentiende de Gravedad con el argumento de que es "una película hollywoodense", tiene razón. Gravedad es, antes que nada y, al final de cuentas, una cinta de Hollywood. Sólo que yo diría algo más: es una gran cinta de Hollywood en la tradición no de la intelectual y ambiciosa 2001: Odisea Espacial (Kubrick, 1968), como han afirmado varios, sino en otra veta más típicamente hollywoodense: la romántica/sentimental/heroica de, por ejemplo, Casablanca (Curtiz, 1942) o ¡Qué Bello es Vivir! (Capra, 1947). Es decir, la odisea que sufre la ingeniera Stone de Sandra Bullock es la de una heroína que tiene el corazón roto por la muerte de su hija y que, al buscar sobrevivir en el espacio, se re-encuentra con el sentido de la vida. O el de su vida, por lo menos. Los Cuarón -el papá cineasta y su hijo coguionista Jonás-, Lubezki y la señora Bullock podrán haber hecho una cinta ubicada en el espacio -y que parece, mágicamente, filmada allá- pero la historia es lo más terrenal posible. Por lo mismo, fue un acierto inconmensurable que el personaje central de Gravedad esté encarnado por la estrella femenina más terrenal que tiene el Hollywood contemporáneo. Y es que Sandra Bullock podrá interpretar, como es en este caso, a toda una ingeniera-astronauta pero, en el fondo, nunca deja de ser esa simpática mujer tan abrazable que, en uno de los momentos más angustiosos del filme, de plano se suelta diciendo "de-tin-marín-de-do-piringüé" porque no le entiende ni madres a un teclado chino; que en otra escena le reclama desesperada/exasperada acaso a Dios (¿o a los Cuarón y a Lubezki?) por todos los peligros, uno tras otro, que ha estado enfrentando desde el inicio ("Odio el espacio", cual Indiana Jones femenina); o que en otra parte logra conectar de inmediato con algún inuit llamado Aningaaq (J. Cuarón, 2013) que, allá en la Tierra, rodeado de hielo y perros, también parece tener sus propios problemas.
Sandra Bullock es, pues, el mejor efecto especial de la película. En los años por venir, Gravedad podrá verse y volverse a ver como un paso histórico en esta etapa post-cinematográfica que estamos viviendo. Pero si emociona y seguirá emocionando es porque se trata de una película hollywoodense interpretada por una auténtica estrella de cine: Sandra Bullock.