Gravity es el sueño que un día tuvo su director, el mexicano Alfonso Cuarón, y después de ver la película, sólo podemos decir que fue un sueño maravilloso, en el que la necesidad de un hilo conductor y narrativo, lo ha convertido en épico, ya que el regreso al planeta Tierra de la astronauta Ryan Stone es una especie de conquista de la Tierra, en contraposición con la del espacio, y no sólo eso, pues se trata de un viaje plagado de heroicidades del ser humano contra los elementos, de lo más pequeño contra lo más majestuoso, y de los más grandes y universales accidentes geográficos que rodean a los hombres (como pueden ser el espacio, las estrellas…), contra la soledad. En este sentido, la intrahistoria a la que da vida Sandra Bullock, en su papel de heroína del espacio, es un magnífico ejemplo de la materia única de la que está formado el ser humano; una argamasa fundamentalmente compuesta por los sentimientos. Nuestros miedos, ilusiones y contrariedades se dan la mano en una ausencia casi total de diálogos que, en este caso, la protagonista suple con sus expresiones y esa transformación que experimentamos cuando nos vemos al borde de la muerte. En este sentido, Gravity no es una película de aventuras, aunque lo parezca; Gravity tampoco es la quinta esencia del 3D ni de los efectos especiales; Gravity es el mejor ejemplo de lo pequeño que se siente el ser humano, pero no en la inmensidad del espacio, sino dentro de uno mismo, donde las fisuras del alma nos hunden más veces de las deseadas.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.