Maquiavelo veía con buenos ojos, la propuesta de Esperanza Aguirre de formar un frente antiPodemos
Mientras Gregorio intercambiaba impresiones con Platón acerca de los resultados electorales, Aristóteles charlaba con Keynes sobre la necesidad de llegar a un acuerdo justo para la gobernanza del ahora. Maquiavelo, por su parte, veía con buenos ojos la propuesta de Esperaza Aguirre sobre "formar un frente antiPodemos", con tal de arrebatar la alcaldía a la jueza "populista". El autor del "Príncipe" no creía en las ideologías; ni tan siquiera en los programas, sino en la conquista del poder a cualquier precio. En el fondo del salón, Marx discutía acaloradamente con Smith. Discutían, como digo, porque Karl no compartía la idea de “la mano invisible del mercado", como la opción más adecuada para el bienestar de la gente. No la compartía, porque sin la intervención del Estado, el rico es cada vez más rico y el pobre, más pobre. Los indignados de Hessel – en palabras del camarada – son los proletarios de su obra. Es necesario que los "camorristas y pendencieros" de Aguirre, tomen conciencia de clase; destronen a la derecha a través de Podemos y, una vez en La Moncloa devuelvan el poder a la gente. Solo así – concluía Marx – estaremos más cerca de alcanzar el comunismo.
Platón y Maquiavelo hablaban de la mentira. Para el primero, los gobernantes están legitimados para mentir "con el fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos en beneficio del Estado". Platón aplaudía, por tanto, las "mentiras" de Rajoy durante sus cuatro años de mandato. Las aplaudía, como digo, porque según él: "hay secretos de Estado que si salieran a la luz provocarían desastres económicos y abrirían heridas del pasado". Nicolás estaba de acuerdo con Platón. "El príncipe – en referencia al gobernante – debe mentir si hiciera falta con tal de mantener intacta la hojalata de su corona". Para Aristóteles, por su parte, el buen político es el honrado. Aquél – decía el padre de la metafísica – que por las noches duerme tranquilo sin la losa de la mentira. Los gobernantes y los ciudadanos navegan en el mismo barco; cualquier avería en la cabina de mandos; debe ser conocida por la tripulación. La mentira es sinónimo – concluía el filósofo – de felicidad ficticia. Felicidad falsa que se convierte en represalias y fuentes de conflictivo, cuando es descubierta por la verdad, la realidad mundana.
La forma de Gobierno más justa – en palabras de Aristóteles - sería una democracia, donde predominaran las clases medias en detrimento de la tiranía y la oligarquía acostumbrada. Una democracia donde los ciudadanos fueran alternando las funciones de gobierno, para evitar la corrupción y el despilfarro. Gracias a esta fórmula, el reparto de la riqueza sería más homogéneo y se evitarían los principales conflictos sociales. Conflictos surgidos por una distribución desigual de los recursos. La igualdad en el reparto de la riqueza – replicó el viejo Mark – es una condición necesaria para la paz de los pueblos. Queréis decir – intervino Gregorio – que las políticas neoliberales traen consigo crispación y descontento social; que las políticas de austeridad son el caldo de cultivo para el enfrentamiento entre "los de arriba" y "los de abajo". Sí, rotundamente sí – le contestó un enérgico Aristóteles -. Un buen gobernante debe garantizar la felicidad de su pueblo. Algo difícil, queridísimo ateniense, – replicó Gregorio – si tenemos en cuenta que hay tantas felicidades como hombres en el mundo.
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