—Gregorio, cariño, ¿te apetece hacer esta noche algo un poco distinto de lo habitual? —propone maliciosa Lola, que acaba de leer las cosas deliciosamente tremendas que Mr. Grey le hace a su chica.
—Ajá. ¿Como qué?
—Pues como que me haces algo que me asuste un poco.
—¿Por qué? ¿Tienes hipo? Espera: ¡buh! Ya está. ¿Se te ha pasado?
—Pero ¿estás de broma o simplemente es que eres tonto? A ver si lo entiendo.
—¿Eh?
—Muy bien. Como si no hubiera dicho nada. Y sin embargo, de un modo u otro, se ponen a practicar sexo extremo y el ambiente se calienta bastante.
—¡Ay! —aúlla Lola de pronto.
—Mmm, te gusta, ¿eh? —gruñe Gregorio.
—Quita. El. Codo. De. Mi. Pelo —grita furiosa Lola, que se está dejando el cuero cabelludo por culpa del brazo de Gregorio, torpemente apoyado sobre el colchón y sobre sus largos cabellos, que ella a propósito ha abandonado y esparcido con sensualidad sobre la cama. Algunos minutos después, superado el impasse, Gregorio susurra con voz ronca:
—¿Ahora te ato las manos?
Lola se estremece de pies a cabeza mientras se imagina la escena a lo Grey: Gregorio coge su corbata de seda gris (la de la boda) y agarra con fuerza la tela con sus masculinos dedos, gimiendo como un dromedario. Después, ata con delicadeza, pero con un resabio de crueldad, las muñecas lolescas.
—Uhhh— suspira Lola, cachonda.
—Ahhh— contrasuspira Gregorio, hecho un auténtico jabalí.
Ahora, los dedos de Lola tratan de tocar la seda que la tiene presa para gozar de la sensual caricia de la tela en las yemas de los dedos. Pero dichas yemas encuentran un par de pequeños elásticos de goma. “¿Qué? —se pregunta Lola—. Al tacto me recuerdan los elásticos de los calcetines raídos de Gregorio. Noooo, no me digas que ese imbécil me ha atado con uno de sus jodidísimos calcetines…”.
—Bueno, Lola, es que la corbata luego se estropea, venga… Mr. Grey habría usado la corbata, Mr. Grey no habría apoyado con torpeza el codo sobre los cabellos de su amada, Mr. Grey habría comprendido al vuelo que los cachetes eran para añadirle morbo al asunto y no para quitarle el hipo a su amada.Pero con Mr. Grey Lola no se habría reído hasta las lágrimas como se ha reído con Gregorio.
—Gregorio, me has hecho llorar —dice Lola, sorbiendo los mocos.
—El sadonaso es mi oficio, muñeca.