GRIETAS
Las heridas cicatrizan pero las cicatrices crecen con nosotros. Stanislaw Jerzy Lec Sutura en el cemento, sonríe el barro descabezado con labios finos. Sus grietas son las mismas que hace doce años, cremalleras en la pista de baloncesto. Mis brazos arqueados se van cubriendo de fardos. Sostienen el aire, Atlas bajo un mundo hueco, estibador de naranjas en redes sin fondo.
Doblado para escupir, camino de la fuente, un sabor hipocondriaco quema mi garganta, dulce. Escupo en un pañuelo, imito a Gesualdo Bufalino en Perorata del apestado. Buscando mi peste negra. Doblado recapacito: la naturaleza imita al arte rendija de luz bajo la puerta grieta de labios finos costurón en la naturaleza.
Dejo el juego. Comienzo a andar. Observo el deportivo ámbito de las edades. Recojo mi balón. Mi abuela me lo regaló en mi décimo segundo cumpleaños. Ella murió hace dos años, un cáncer. En la cama de un hospital, donde ya no reconocía aquel rostro que me cuidaba en la niñez y yo quería ser tan alto como mi tío (su hijo). Un cáncer. En la cama de un hospital.
Ya no se puede jugar con ese balón, sólo es una coartada, una esfera social, una excusa para abordar la pista sin las manos vacías. Palpo su piel gastada, sus costuras rotas y tratando de escapar su cámara negra de goma como un alma como las tripas de un estratega reventado como una peste negra.
Las grietas ya no son las mismas que hace doce años.
18-2-98.