Ya he explicado en más de una ocasión que los primeros dos meses y medio de mi experiencia con la lactancia materna fueron absolutamente horribles. En aquellos días, en una de las revisiones a mi pequeño, un pediatra me comentó que quizás mi hijo tenía el frenillo corto o anquiloglosia. Me mandó al hospital para que lo mirara un especialista el cual decidió que no era necesario cortarlo. La razón que adujeron fue que hasta que no se viera si el frenillo le provocaba problemas de dicción, no hacía falta intervenir. Nada más.
Con el tiempo y después de buscar mucha información sobre temas de maternidad y lactancia, topé con varios artículos que relacionaban las grietas y otros problemas con la lactancia y el frenillo. Parece ser que la anquiloglosia provoca dificultades en la succión y hace que el bebé no lacte bien y provoque daños en el pecho de la madre. Sencillo.
Puede que mi problema con la lactancia materna no fuera el frenillo de mi pequeño pero es curioso que ningún médico que lo visitó supo relacionar ambos temas. El frenillo sólo provoca problemas de dicción y ya está.
Puede que si en aquel momento hubiera encontrado una posible relación no le hubiera cortado el frenillo (o sí, no lo sé) pero al menos hubiera desterrado de mis sensaciones el sentimiento que a veces me ahogaba de frustración e ineptitud por no poder dar el pecho a mi hijo en condiciones. Ahora sé también que las largas e interminables tomas podrían haber sido causadas por el frenillo que hace que los niños no se separen del pecho de la madre a no ser que los ayudes.
La Semana Mundial de la Lactancia Materna defiende este año la comunicación. Os aseguro que es básica, no sólo para solucionar problemas (a veces no es tan fácil) pero también, y sobretodo, para no sertirte como una madre-primeriza-inútil-que-no-sabe-cómo-cuidar-de-su-hijo.