Gritos

Por Juancarlos53

Hacía ya semanas que los golpes, acompañados de algún grito aislado y de muchos sollozos, tenían alarmada a la vecindad. Saber el piso exacto del que procedían no era tarea sencilla. «Parece que los ruidos vienen del 1º F«, decía la mayoría. En el ranking nacional de violencia doméstica este barrio ocupa uno de los primeros puestos. Es curioso eso de ‘violencia doméstica’; del calificativo, doméstica, parecería deducirse  que se trata de una violencia pequeña, poco salvaje, aunque, eso sí, muy conocida.

Poco a poco el barrio multiétnico y de nacionales ya metidos en años había ido transformándose. Jóvenes creativos, artistas, cantantes e incluso algún que otro funcionario -escritor en sus ratos libres- comenzaban a ser los habituales de sus plazas y comercios. La marcha, de ser fúnebre –rara era la semana que no se despedía con afecto a un nonagenario habitante de la barriada desde siempre-, había pasado a ser marchosa. Los anuncios de compraventa y de alquiler de las viviendas que los fallecimientos dejaban libres eran el pan nuestro de cada día. Los precios al alza, también.

Con la llegada de la nueva gente en la zona abrieron establecimientos de todo tipo, algunos impensables diez años atrás como esas sucursales bancarias, digitalizadas al máximo con modernos cajeros de colores llamativos, sin humano alguno que facilitase las operaciones o que, al menos, dialogase con los clientes. “Todo lo humano me es ajeno”, diríase que es la divisa adoptada por estos negocios del dinero que, por lo que se ve, saben volver del revés hasta las frases antiguas más consolidadas. Los humanos de ambos sexos y de todas las edades que habitaban en el barrio desde ni se sabe veían que la vida tranquila a la que estaban acostumbrados iba pasito a pasito evaporándose.

Las oleadas de emigrantes multiétnicos, asentados en la zona con anterioridad por ser en esos años los arrendamientos asequibles, también iban sintiendo en sus propias carnes –especialmente en su bolsillo- la subida de los alquileres de los pisos que unos propietarios sin rostro iban año tras año aumentando. Todo se movía, aunque en verdad nadie sabía quién manejaba los hilos; había quien decía que era un proceso natural. Pero lo único natural en el barrio envejecido era que las personas morían y a las que aún no había llegado su hora cada vez les resultaba más difícil  seguir viviendo en él.

 Las sirenas y las luces azules de los coches de policía y de las ambulancias visitaban un día sí y el otro también la zona. Cuando no era el SAMUR por un ictus o una indisposición grave de algún vecino era la Policía llamada para ayudar en un desahucio, un suicidio, una pelea callejera o una agresión de las denominadas de género o doméstica. Quizás por ello los nuevos habitantes de ese barrio gentrificado estaban muy sensibilizados y tenían muy interiorizado  que cuando de violencia se trata lo importante es la anticipación.  De ahí que cualquier grito, chillido, ruido de cacharros por tierra o sonidos semejantes los pusiera en guardia.

Era imposible seguir como si nada pasara en el 1º F. Habría que hacer algo, llamar al 112, activarse… Nadie quisiera imaginar que por no denunciar la chica de al lado saliese un día del piso con los pies por delante. Pero no todos pensaban igual. Había que respetar la intimidad hogareña, no debían inmiscuirse en la vida de pareja. Sí, sí, claro, la vida privada era muy cambiante de unas familias a otras; incluso las relaciones íntimas podían ser ruidosas, gritonas, chillonas, escandalosas… ¿Cuándo un gemido acompañado de lloro cruza la frontera del placer para ingresar en el del dolor? Y dentro de éste ¿cuándo se ingresa en el del abuso violento dejando a un lado el consentido daño? Desde luego no era fácil discernir, no.

Muchos de los nuevos vecinos de la zona eran,- ya se ha dicho antes-, artistas, actores, músicos, pintores, escritores… En el edificio del que salían esos lamentos acompañados o precedidos de golpes y rotura de cachivaches domésticos vivían muchos actores, algunos muy conocidos, y también dos o tres artistas plásticos famosos por sus exposiciones de arte en vivo. Estos nuevos propietarios habían adquirido sus viviendas a precios elevados,  que sólo ellos podían pagar. Participaban activamente en la vida de la zona, especialmente se les veía formando parte de los grupos antidesahucios, oponiéndose a que algún propietario con atractivas ofertas de compra por su piso pudiese recuperar su vivienda ocupada o de renta antigua. Ya se sabe: vivimos en perfecta contradicción con nosotros mismos.

Los habituales chillidos y golpes que salían del 1º F provocaron en los vecinos del edificio la necesidad de reunirse en Comunidad para debatir qué postura tomar sobre lo que tenía serios visos de acabar muy mal. “Les oigo gritarse y decirse cosas horribles”; “Ella primero le suplica que no la golpee más y a renglón seguido grita de un  modo terrible”; “A veces tras una sesión así, él le pide perdón, y luego les escucho hacer el amor”; “Él tiene mucho carácter. Es su naturaleza”; “¿No tendrá él para hacerlo motivos que nosotros desconocemos?”;  “Yo creo que ella se va con unos y con otros y eso un hombre como es debido no lo puede consentir”; “Ella tiene derecho a hacer lo que quiera, pero no por eso debe sufrir”…  Que si sí, que si no… Que si él, que si ella… Que si mejor denunciarle a él a pesar de que parece buen chaval cuando me lo cruzo tomando el ascensor… Que si mejor dejar que el curso natural de las cosas ponga a éstas en su sitio… Que si…

Quizás aquella fuese la reunión a la que más propietarios e inquilinos asistieron. Desde luego el asunto era muy importante. Había que tomar alguna resolución, salir del atolladero en el que desde hacía semanas la Comunidad se encontraba.  Llegaba el momento de las votaciones. Alguien preguntó por la pareja del 1º F. «¿Quién podía hablar en su nombre?». ¿Habían delegado su representación y voto en algún vecino?«… Unos y otros se miraron intentando atisbar en el rostro de cualquiera un gesto que respondiese a lo que se demandaba. En esas estaban cuando la pareja de jóvenes del 1º F entró en la sala donde se realizaba la reunión. Tras pedir perdón por su tardanza, ambos, risueños, alegres y radiantes, sin ser preguntados siquiera, comunicaron a la asamblea que eran muy felices en el piso que habían adquirido hacía unos meses y que pedían disculpas por si los ensayos que realizaban en su vivienda  pudieran molestar a algún vecino. Se trataba, dijeron, de una performance denuncia de la violencia contra la mujer en el seno del hogar. La estrenarían próximamente y, naturalmente, todos estaban invitados.