¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida? “
Noches Blancas, Dostoievski.
La muerte, el amor y la vida. Son tres palabras que esconden la esencia de la existencia humana. El amor y la muerte que forman parte de la vida y, al mismo tiempo la consumen. La muerte cristiana engendra y simboliza el amor, y éste, otorga sentido a la vida. Son diversas las obras que vienen a mí para arrojarme luz u oscuridad sobre estos temas. El mismo san Juan narró las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre” (Juan 11, 25-26). Jesús anula la muerte, la doblega y resurge victorioso frente a ella. Son palabras de esperanza, palabras susurradas. Sin embargo, en el mundo vemos gritos y gemidos. Este el caso de la película Gritos y susurros de Ingmar Bergman de 1972. Es una película con una magnífica estética que va transformándose al compás de la trama, una trama lineal que habla de la vida para llegar hasta la muerte. La protagonista principal, Agnes (“cordero”, equivalencia simbólica del mismo Jesucristo) vive sus últimos días presa de un cáncer de útero, envuelta en un ambiente de gritos, de sufrimiento y de dolor, personal y ajeno. Sus dos hermanas, Karin y María, la acompañan en su tránsito. El director va tejiendo las historias de las tres hermanas en la casa familiar y va dibujando la tragedia personal y el sinsentido de Karin y María, destinadas a no converger y cuyo único punto en común es Agnes. Pronto se descubre la infelicidad y la sentida tristeza de las dos hermanas, sufrida por la propia Agnes. Anna, la criada, es otra víctima de la historia personal de la familia pero que muestra un atisbo de sentimiento hacia el cordero que se consume y forma una verdadera Piedad con ella. El grito y el sufrimiento de Jesucristo tuvo un sentido redentor hacia la humanidad mientras que el de Agnes resulta vano. Su muerte no genera vida ni reconciliación, sino separación de caminos de una familia que tenía su enfermedad como punto de unión.
Si bien la muerte es el centro de todos estos relatos, es la vida la que reina y la que vence. Agnes, en su diario evocado por Anna, lo expresa muy bien evocando un momento de gran felicidad:
Ya no tengo ningún dolor. La gente que más quiero estuvo a mi lado. Las oí platicando. Sentí la presencia de sus cuerpos, sus manos. quería que el momento durara y pensé: esto es la felicidad.
Nota:
Recomiendo la lectura de la siguiente reseña y comentario acerca de la obra de Luis Landero, por Justo Serna.