Grizzly Man

Publicado el 07 febrero 2011 por Vicented @Elcineesnuestro
Timothy Treadwell fue un ecologista que, para qué nos vamos a engañar, estaba como una cabra. Se hizo famoso por convivir durante trece veranos con los osos grizzlies de Katmai, en Alaska, y ser devorado junto con su novia por uno de ellos en 2003. Durante ese tiempo grabó una gran cantidad de material que más tarde usó el cineasta Werner Herzog para rodar el documental en cuestión. Especialista en personajes obsesionados con una idea o un sueño, rayando la locura, no es de extrañar que Herzog se sintiera seducido por la figura de Treadwell. En Fitzcarraldo (1982), Klaus Kinski, su actor favorito, bordaba a un hombre cuya aspiración en la vida era montar una ópera en medio de la selva, llegando a transportar un barco por tierra y, en Aguirre, la cólera de dios (1972),  película no muy ligera precisamente, y de nuevo con Kinski, describía la suerte de la expedición del megalómano Lope de Aguirre, quien buscaba obsesivamente la legendaria ciudad de El Dorado.  La convivencia de Treadwell con los úrsidos, algunos con muy malas pulgas, no sólo consistía en acercarse lo máximo posible y hablar sobre ellos delante de la cámara, sino que en ocasiones llegaba a tocarlos, se bañaba y jugaba con ellos. Su rechazo a una sociedad con la que nunca consiguió conectar y el amor a la fauna de Alaska le empujaban a tomar esta filosofía en el trato animal, con los que se sentía verdaderamente feliz, una filosofía muy discutible que consistía en tomar a los animales, aun consciente de su peligrosidad, como si fueran personas, justificándola en su, más que afecto, adoración hacia los mismos y en la creencia de ser el protector y guardián de los osos, obviando a menudo el peligro de estos animales salvajes. Era como un niño que creía jugar con sus amigos los ositos, a los que incluso ponía nombres: Señor Chocolate, Tía Melisa, los zorros Ghost y Spirit... No obstante la mirada de Herzog no es ni mucho menos crítica con Treadwell,  a pesar de que muchos de los entrevistados sí lo sean, sino más bien indulgente y amable, incluso nostálgica ante su trágico final. El homenaje a un pobre loco que creía ser un oso. Por ello, Herzog recopiló una pequeña parte de las grabaciones de Treadwell para rodar el documental, y así mostrar al mundo no sólo su verdadera personalidad, sino transmitir las bellas y casi mágicas escenas que consiguió grabar y su mensaje profundamente ecologista.