Conciliar no es que te concedan la “gracia” de salir antes del trabajo para poder ver a tus hijos antes de que se acuesten y luego tener que quedarte hasta la madrugada trabajando en tu portátil. Como ya he escrito en alguna ocasión, conciliar es mucho más y guarda estrecha relación con las nociones de autonomía y responsabilidad.
La jornada laboral o el centro de trabajo son reliquias de la Era Industrial, innecesarias por lo general en el trabajo del conocimiento. Reliquias que en buena medida siguen existiendo para justificar la existencia de las estructuras jerárquicas características del modelo de administración burocrático.
Por otra parte, las jornadas interminables son un síntoma de mala organización y escasa productividad, un mal hábito asociado a culturas presencialistas en las que obedecer o “echar horas” es más importante que conseguir resultados específicos y medibles.
Para que todo este sinsentido cambie, lo primero que hay que hacer es desmontar algunos viejos paradigmas heredados de otras épocas.
El primero de ellos, también procedente de la Era Industrial, es que el “trabajo” y la “vida” son dos esferas separadas e independientes de la persona. Esto puede ser válido si tu trabajo es un trabajo mecánico en una cadena de producción pero no lo es en el trabajo del conocimiento.
Cuando estás presente en lo que estás haciendo, en realidad a tu cerebro le da igual que sea ver una película con tus hijos que acabar una propuesta para un cliente. Simplemente estás ahí, fluyendo, con un objetivo claro y atención plena.
Pero para ello necesitas la seguridad de que lo que estás haciendo es lo que deberías estar haciendo. Eso y no cualquier otra cosa. Porque cuando esta seguridad no existe, entonces tu mente deja de estar ahí, dejas de fluir y empiezas a preocuparte por todo lo que no estas haciendo y a lo mejor deberías. Y te preocuparás tanto por no haber devuelto una llamada a un cliente como por no poder estar en casa haciendo los deberes con tus hijos.
Alcanzar este nivel de seguridad en tus decisiones no es sencillo. Como ya hemos visto, para lograrlo necesitas definir tu “trabajo” de otro modo, ya que solo así estarás en condiciones de tomar las mejores decisiones y sentirte bien con ellas.
El reto no es conciliar sino decidir mejor. Conciliar es un enfoque derrotista que da por sentado que has perdido la batalla. El verdadero desafío es llegar a ser una persona equilibrada. Y el equilibrio es la sensación a la que llegas cuando sabes que estás repartiendo tu atención de forma proporcional y equitativa entre todas las facetas de tu vida.
Lo que ocurre es que el equilibrio no se puede conseguir desde fuera, poniendo un simple muro de contención a tu “trabajo” para defender el resto de tu “vida”.
El equilibrio es algo que hay que trabajar desde dentro, porque la solución está en ti. Conseguirlo lleva un tiempo, ya que necesitarás cambiar buena parte de tus creencias y hábitos actuales.
La buena noticia es que GTD puede ayudarte a lograrlo, así que no hace falta que caigas en el engaño de la conciliación.
Este artículo, GTD y el Engaño de la Conciliación, escrito por José Miguel Bolívar y publicado originalmente en Optima Infinito, está licenciado para su uso bajo una Licencia Creative Commons 3.0 España.
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