Como ha sido constante en los últimos años, en Guadalajara 2017 suele haber mejor cine documental mexicano que buen cine nacional de ficción. Por supuesto, de esto no tiene la culpa el comité de selección: la realidad es que desde inicios de siglo, el cine documental hecho en México tiene mejor promedio de bateo que el cine de ficción. Y a las pruebas me remito con estos tres notables documentales en competencia. Los ofendidos (El Salvador-México, 2016), el más reciente largometraje de Marcela Zamora Chamorro (meritorio El cuarto de los huesos/2015), explora las cicatrices que la guerra, la represión y, específicamente, la tortura, dejaron los doce años de sangrienta guerra civil en El Salvador.La cineasta parte de una historia muy personal: su propio padre, Rubén Ignacio Zamora Rivas, miembro del Frente Democrático Revolucionario, fue torturado durante 33 días. Así pues, de la mano y la memoria de su padre, que regresó del exilio en 1987, la cineasta visita los viejos sitios clandestinos de tortura, entrevista a torturados y a torturadores (los dos grupos muy católicos, especialmente los segundos) y echa mano de imágenes de archivo para pintar un doloroso fresco histórico, uno que algunos quieren olvidar -o de plano ya olvidaron- y que otros nunca olvidarán.Del olvido precisamente rescató Ángel Estrada Soto al líder chicano Reies López Tijerina en su documental Me llamaban King Tiger (México, 2017), exhibido en la sección Hecho en México.Aunque la estructura del filme puede ser todo lo convencional que se quiera -cabezas parlantes, imágenes de archivo, voz en off confesional-, la realidad es que Estrada Soto ha logrado un documento invaluable, no solo por la acuciosa investigación que ha realizado, sino por la extensa entrevista que logró con el propio López Tijerina, quien aparece a lo largo del filme, desahuciado, abandonado y olvidado, sobreviviendo en alguna casucha de Ciudad Juárez, acompañado solamente por su tercera y última esposa.Estrada construye expertamente, bien apoyado por su editor Ricardo Vergara, la increíble historia de López Tijerina, un líder radical chicano ("el Malcolm X de los latinos", le llama alguien en el filme) que, defendiendo los antiquísimos derechos de la tierra que ostentaban los descendientes de los viejos habitantes de Nuevo México antes de la guerra México-USA de 1846-48, llegó a asaltar en 1967 un juzgado estatal pistola en mano, lo que provocó su cacería por todo Nuevo México, su posterior captura -aunque él jura y perjura que se entregó, que no lo agarraron-, su encarcelamiento en una prisión/manicomio durante dos años y su liberación bajo palabra, con la amenaza de que si volvía a las andadas, no saldría nunca jamás de la cárcel.El López Tijera que aparece en el documental es genuinamente fascinante: un carismático mesías chicano que se creía elegido por Dios (y sus ángeles) para liderar a los aplastada "raza" mexico-americana, un irredento mujeriego que tuvo una decena de hijos con varias esposas, un luchador social más que un buen marido o un hombre de familia (como lo afirma uno de los hijos, que aún recuerda ¿con orgullo? los abusos paternos), un hablantín anciano cascarita que aparece recordando sus hazañas (o adornándolas, que es lo mismo) frente a la cámara de Estrada Soto.
También las confesiones frente a cámara son parte central de Batallas íntimas (México, 2016), segundo largometraje de Lucía Gajá (multipremianda Mi vida dentro/2007).
Las que aparecen en cámara son varias mujeres de distinto estrato social, distintas sociedades, distintos países (de México, Estados Unidos, España y de Finlandia) que han sido maltratadas (psicológica y físicamente) de manera brutal por sus parejas.
La violencia contra la mujer aparece como una perversa epidemia que lo mismo sucede a partir de un matrimonio arreglado en Nueva Delhi que en la ultracivilizada Helsinki, ya ni se diga en países tan machistas como México o España. El patrón se repite en cada uno de los testimonios: el huevo de la serpiente se incuba desde el primer día de matrimonio sino es que durante el noviazgo. Hombres que empiezan anulando a la mujer para continuar con amenazas, gritos, golpes y terminar con terroríficos intentos de homicidio.
Las mujeres hablan con entera libertad y lucidez de los horrores que (sobre)vivieron pero también de la esperanza que les depara la vida. Cada una de ella sigue en pie no sin hondas cicatrices psicológicas y/o físicas (una de ellas fue quemada por su marido inspector de fuego), pero todas ellas han decidido seguir hacia adelante. Una de ellas se ha librado del marido para estudiar, otra ha continuado su carrera como arpista, otra más ha vencido su miedo a los hombres para encontrar una nueva pareja...
En algún momento clave del filme, hacia el desenlace, las mujeres, cada una en su ciudad, caminan por la calle mientras la cámara las sigue. Han recuperado su capacidad de vivir y ahí están, caminando, viviendo.