Tras dejar atrás una ringlera de curvas pocos grados por debajo de hastiosa e inacabable, llego finalmente a la preciosa villa medieval de Guadalupe, cuyo nombre, indefectiblemente, viene ligado de manera inherente al majestuoso, colosal y deslumbrante monasterio, Monumento Nacional Histórico Artístico y Patrimonio de la Humanidad.
Si su fachada ya me deja sin aliento, el interior me sobrecoge de igual modo, perdido como estoy entre pilares titánicos y arcadas que me engullen. Es alucinante el altar, de profusión barroca e iconografía sacra. Reina la mansedumbre en este lar de franciscanos, y parece acentuada esta sensación en el glorioso claustro gótico-mudéjar, con las magníficas pinturas que decoran las paredes, obra de los monjes jerónimos.
A continuación, no pierdo ripio de la impresionante sala de los libros Miniados, que son colosales tanto en tamaño como en relevancia. Pueden llegar estos volúmenes a pesar unos 50 kilos.
Desafortunadamente no está permitido hacer fotografías, con lo cual debo conformarme con grabarlo todo en mi mente para archivarlo en los almacenes del recuerdo.
Prosigo ahora con las salas de ornamentos sagrados y la de casullas, tejidas por los propios monjes. No hay más que verlas para apreciar el denuedo y la habilidad de las manos laboriosas que las fabricaron: son auténticas obras de arte.
En la planta superior me quedo embobado contemplando el coro de madera de nogal, sobre la iglesia en el nivel inferior. Alzo la mirada para rendirme ante el prodigio de la bóveda, obra de Juan de Flandes, pintor de cámara de los Reyes Católicos.
En un estrato muchos grados superior a lo divino, arribo como en un trance a la indescriptible sacristía, “hermana gemela” de las capillas vaticanas o la celebérrima Sixtina. Está considerada, parece de perogrullo, como la más bella de España. No hay un centímetro de pared descubierto: todo son pinturas y policromía celestial. Las obras son de Zurbarán y sus discípulos. Más o menos en la misma vereda, acabo este viaje espiritual en la magnífica Sala de tesoros: ver para creer.