Guardo en sus nombres (yII)

Por Monpalentina @FFroi


La vida también tiene su parcela de recompensa. El escritor lo entiende así cuando sale a la luz su primer libro y, de igual forma, muchas personas se sienten reconfortadas por el reconocimiento que les hacen los demás a una vida entera de trabajo.

Hace unos días, la Asociación de Hosteleros rendía homenaje a dos figuras muy representativas de nuestra montaña: Celia, la dueña del hotel Valentín, de Aguilar de Campoo y Santos, del Restaurante Peñalabra de Cervera de Pisuerga.

Jaime García Reyero ve su satisfacción doblemente cumplida. Primero, porque se le publica un libro más y, sobre todo, porque se le publica un libro donde se reconoce y se habla de la vida de los otros.

Se habla también de, aproximadamente, un millón de robles que salieron del monte Corcos y sirvieron para la Construcción de la Vía Férrea de "La Robla-Valmaseda", aportando así una salida al carbón de sus minas y un medio de comunicación para sus gentes.

Otro de los alcaldes más sobresalientes del siglo XIX fue Lorenzo Campillo. Tan bueno debió ser que estuvo al frente del consistorio en varias legislaturas, marcados algunos de esos años por la conflictividad de las Guerras Carlistas. Natural del Valle de Liébana, además de desempeñar seis veces el cargo de alcalde, fue procurador síndico, especie de letrado que representaba y defendía la Jurisdicción de la villa en todos los conflictos.

Entre ese millar largo de personajes que destacaron del resto por sus cualidades, por la especialidad de sus trabajos o por su implicación en los asuntos culturales, aparece una pequeña semblanza del sacerdote Eduardo de la Hera, natural de Tremaya, que en la actualidad desempeña diversos cargos en la capital y se asoma de tarde en tarde a las páginas centenarias de este diario.

Emilio Polo Calderón, fallecido recientemente, recibió la medalla de Oro de Guardo, junto a Claudio Prieto, nuestro músico universal, con quien tuve el honor de compartir unas horas inolvidables entre Cervera y Polentinos, al igual que su mentor y amigo de ambos, Luis Guzmán Rubio.

Cencerreros, como Andrés Blanco allende, natural de Besande (León); ferreteros, como el cerverano Ricardo Landáburu, oficio que heredó su hijo y que amplió con el primer surtidor de gasolina en la localidad.

Y, en fin, sastres, relojeros, fotógrafos, canteros, camineros, organistas, cristeros, religiosos, pregoneros, músicos, sindicalistas...

Y pobres, como Juana, a quien no se le conoció apellido y que sobrevivió, gracias a la caridad, en la cuadra del caballo propiedad del Ayuntamiento. Juana ocupaba un rincón en el que tenía un camastro. Al lado, en el suelo, encendía una fogata para calentarse y nadie se explica cómo no murió axfisiada por el humo, al carecer el lugar de chimenea.

Guardenses de corazón como Jaime García Reyero, que vino y se llenó de este lugar. Y se quedó para siempre. Y le amó en sus escritos y en sus gentes. Este insigne repoblador, que alentó en la medida de sus fuerzas el movimiento cultural de los últimos años, ha desenterrado los documentos que hablan de la villa. Memoria viva de un pueblo que fue la estación de miles de personas que llegaron aquí desde todos los puntos de España.