Hace una pila de años, cuando la naturaleza me conservaba imberbe, observé en mi padre un brote de gusto por las gachas. Débil brote, aclaro, tanto como el prometido por nuestros políticos para la enclenque economía y que aún sigue a dieta de tallos. Me sorprendió en él, hombretón corpulento cuyo peso tenía una culinaria explicación pues era apasionado degustador de la cocina de la abuela, de la madre, de la esposa y de centenares de mesones y figones que en su ruta como viajante hallaba en aquella España gris ávida de colores. Poco nos contaba de su pasado pero esa racanería alcanzó para conocer por su boca las veces que estuvo horas y horas en las colas del racionamiento propias de la guerra (civil) y la posguerra con el fin de hacerse con un chusco de pan negro destinado a la familia, como tantas miles de personas. Era el recadero de la miseria cuando aún no tenía edad para serlo en la vida. En aquel trance comió tantas gachas, lo único que podía, que acabó por aborrecerlas. Eso contó por saciar mi curiosidad, manifestada verbal e inquisitoriamente a pie de aquella escena tan anómala para los presentes hijos. Supongo que rescataba un lejano sabor de su vieja existencia para contraponerlo a los muchos que tenía en la nueva, un pellizco para comprobar que estaba vivo y que pasadas las pesadillas se cumplieron algunos sueños, que son gigantescos cuando se sufre.
No sé por qué asocio la vivencia a este largo guateque electoral (o bulimia electoral) en el que estamos inmersos a la fuerza y con una barra libre de botellón ideológico que no hay cabeza ni tripas que lo aguante. Los camareros que lo sirven son ilustres políticos, economistas, periodistas y hasta tertulianos en esos programas de chichí y nabo, tan de tardes y sabatinas noches. Todos presuntamente “autorizados”. Consumados expertos en hechos consumados y adivinos de pacotilla el resto del tiempo. En esa nave viajamos, llena de fantoches, mentirosos, navajeros, aduladores, traidores, manipuladores, conspiradores, envenenadores. Y en ella tenemos que encontrar la verdad. Malos tiempos para los indecisos. Estamos cansados de lo viejo y aburridos de lo nuevo. Hartos como mi padre con sus gachas. Para los fanáticos no hay problema, la ceguera es una virtud en estos casos.
Si se presentara Dios y su Partido Celestial (PC) a las elecciones españolas con el mismo programa electoral que entonces llevó a los comicios de la cristiandad es posible que perdiera la mayoría absoluta hasta en su cielo, aquí no nos andamos con rodeos si están en juego los gúrteles, púnicas y demás cientos de bicocas que sustentan otros paraísos. Al PC pronto le abrirían el flanco, como se lo abrieron al Hijo por defender a los pobres y convertirse en un perroflauta con su parábola del camello y la aguja y que atentaba contra el mercado y los mercaderes, pero no lo rajarían con lanzas, no, aquí con plumas mercenarias y lenguas de triple filo manejadas por periodistas y chiquilicuatres a sueldo, magos de la triquiñuela y los expedientes X. Pronto saldría a la luz que la virgen no era tal, fruto de algún affaire descubierto por la prensa especializada en descubrir affaires y que aportarían nombre y apellidos del palomo que la preñó, que la cruz cargada por Nuestro Señor Jesucristo era de cartón piedra y que nos timó con su sufrimiento porque esa carga la hubiese llevado cualquiera, que la sangre del rostro era una tintura de la época y que la resurrección es falsa por haberse hallado un tubo por el que respiró cómodamente los tres días que “vivió” enterrado. Todo dicho y escrito por quienes profesan aquellas palabras, supuestamente vigentes, y tan devotos son de la Trinidad. Por sus colegas.