Gudrid, la Vikinga

Por Susana Peiró @MujeresHistoria

uinientos años antes de Colón, Gudrid Þorbjarnardóttir exploró y vivió tres años en el Nuevo Mundo. Dio luz a su hijo Snorri, el primer europeo nacido en América y fue una de las más grandes viajeras de la época. Sus aventuras se mencionan tanto en la Grœnlendinga saga (Saga de los groenlandeses) como en la Eiríks saga rauða (Saga de Erik el Rojo). Por muchos siglos fue un personaje mitológico como Helena de Troya, hasta que recientes descubrimientos arqueológicos demostraron su existencia real. Navegó ocho veces el helado Atlántico Norte desde Islandia y Groenlandia, hasta Terranova y Noruega, sobrevivió a tres maridos –incluyendo Thorstein Eiriksson, hijo de Erik el Rojo- y muy viejita, peregrinó a Roma, le contó al Papa Benedicto VIII sobre las “nuevas tierras” y vivió como anacoreta en Islandia hasta su fallecimiento en el 1050, cuando fue enterrada con su caballo, a la manera vikinga.
Gudrid, la hija de Hallveig Einarsdottir y del terrateniente Thorbjörn Vifilsson habría nacido alrededor del 980 en una Islandia que instalaba el Cristianismo como la religión oficial. A los 19 años se casó con el comerciante Thorfinn Karlsefni, y la nueva pareja partió en su knörr rumbo a esas tierras maravillosas, que el intrépido Erik el Rojo llamaba Groenlandia (Tierra Verde) y sobre todo a la mítica Vinland (Tierra del Vino). Naufragaron frente a las costas de la gran isla y Gudrid perdió entonces un marido por primera vez.
En Groenlandia nuevamente la mujer de extraordinaria belleza según se cuenta, volvió a contraer matrimonio y el elegido fue Thorstein Eiriksson, el hijo más joven de Erik el Rojo. Ambos tenían el sueño de llegar a Vinland y tan pronto como pudieron, se hicieron a la mar. Después de un terrible verano a merced del viento y las tormentas, Gudrid, su marido y el resto de los acompañantes acabaron en Lysufjord, otra colonia de Groenlandia, donde una epidemia mató a casi todos, incluyendo a Thorstein… y nuestra Vikinga volvió a enviudar por segunda vez.Luego de su regreso al asentamiento original, Gudrid pasó un tiempo en la granja familiar Brattahlíð, donde conoció a un mercader islandés recién llegado de Noruega: Thorfinn Karlsefni, hombre decidido como ella y dispuesto a todo para llegar a Vinland. Alrededor del 1010, la nueva pareja, tres embarcaciones y 60 colonos llegaron al

Nota: En el nórdico antiguo la palabra “vikingar” fue de uso exclusivamente masculino. Estrictamente hablando las mujeres no fueron vikingas. En el tiempo, el adjetivo incluyó a toda persona perteneciente al pueblo escandinavo de guerreros, comerciantes y navegantes.




Fuentes:
. The Far Traveler: Voyages of a Viking Woman- N.M.Brown. Wikipedia (ingles y español) – Enlaces en texto.. The Wiking World Wiki. The Complete Sagas of Icelanders   Imágenes: Internet         


continente americano, siguieron la costa hacia el sur…y la naturaleza les indicó que habían llegado a su destino. Maravillosas playas y montañas, ríos rebosantes de salmones, bosques frondosos con árboles altos, praderas verdes e interminables y las uvas silvestres que honraban el nombre del lugar: Tierra del Vino, conocido actualmente como L'Anse aux Meadows.
Allí encontraron las cabañas que años antes había construido otro hijo de Erik el Rojo, Leif Eriksson(el afortunado) y también allí Gudrid dio luz a Snorri Thorfinnsson, el primer europeo nacido en América. Pero los vikingos tropezaron con los temibles “Skrælings” y luego de tres años de pelea incesante con estos indígenas, abandonaron el asentamiento, volvieron a Groenlandia y posteriormente a Noruega donde vendieron su carga de mercancías exóticas. La historia cuenta que Gudrid regresó a Islandia, tuvo un segundo niño y cuando Karlsefni murió unos años más tarde, se hizo cargo de la granja, prosperó, crió sola a sus hijos y peregrinó a Roma con su mensaje para el Papa.
Probablemente nunca sabremos qué pensaba esta Mujer, cuáles eran sus gustos y si acaso alguna vez en esos mares helados y desconocidos, tuvo miedo y se rindió. Pero podemos imaginar una anciana en el umbral de su última casa, contemplando el mar… y sonriendo. Quizás sabía que su historia sería heredada, repetida y pulida por generaciones de narradores.
Gudrid Þorbjarnardóttir y su hijo Snorri