Cierra los ojos si es necesario. Pero ábrelos cuando lo agarres por las solapas-calendario.
Míralo con desdén, pero manteniendo siempre las distancias.
Ni se te ocurra abismarte en su iris. Su mirada mortal podría succionarte sin remedio a un pozo profundo y sin salida.
Dile lo que piensas. Lo que siempre has creído de él.
Háblale de sus desmanes y de sus miserias. De como deteriora todo lo que toca con sus leprosas manos.
De como es capaz de atraparte en su burda rueda mortal y hacerte sentir un despojo.
Cuando le hayas dicho todo. Cuando te hayas despacho a gusto. Cuando no te impresione ni te asuste.
Sal de ahí corriendo. Huye afuera, sin esperar respuesta.