Por Juan Antonio Carrasco Lobo
Si queremos ser laicos confesos, abjurar de cualquier religión, confinarnos en filosofías pseudorreligiosas, o solo ser ateos y no tener que molestarnos en cumplir más preceptos que los establecidos según nuestras convicciones y las de la convivencia en sociedad, adelante. ¡Pero laicos, no gilipollas!
Perdónenme la vulgaridad, pero es que uno está tan harto de escuchar y leer tanta sandez al respecto que no he podido, ni querido, evitarlo.
Que España es un país aconfesional con un artículo en su Carta Magna que habla de la libertad religiosa y atea (que también se quiere modificar) y que en los últimos años se restringe el uso de elementos de tal índole en edificios, instituciones y eventos públicos, me parece muy bien; pero que estemos como la niña de El exorcista, o como los vampiros, echándonos las manos a la cabeza cada vez que vemos un crucifijo, me parece de chiste de Paco Gandía (o sea, que es verídico).
Se habla de Estado laico con sus ciudades laicas, de la escuela laica y el paroxismo llega a navidades, bautizos y comuniones... Laicas –les dicen civiles también-. Hace poco confirmaban que a la pantomima civil del sacramento bautismal lo denominarán con el chupilirelendi título de “Bienvenida a la sociedad”. ¡Arsa!
Pues como estos ejemplos, a pares. ¿Quién me dice que esto no es una guerra laica? Y no digo ninguna atrocidad, porque ni es nueva, ni es mentira. Se trata de arrancar lo religioso de sus inherentes celebraciones actuales, por mucho que la hicieran coincidir de forma intencionada con otras profanas, como es el caso de la Navidad.
Pongamos un ejemplo de esta mediocridad. Quedémonos en esta conmemoración que he citado. Atendamos la reivindicación de quienes desean felicitar por el solsticio de invierno. ¡Que me parece estupendo, oiga! ¡Benditos quienes aman la naturaleza y el universo que nos rodea! Entendiendo que hace siglos el sol era considerado una deidad, ¿acaso el hombre de hoy, que se mira ufano en el espejo de aquél renacentista, va a volver a alabar al Sol? Sería una incoherencia, digo yo. No creas, y punto.
Borrones. En esta sociedad se están perdiendo los papeles del sentido común con tal de apearla de cualquier cosa que suene a cristianismo.
¿Nadie ha pensado que el laicismo, como la religiosidad, es una opción personal? Lo mismo esto le escuece a alguien. ¡Pues abramos los ojos!
En este país de derechos para todos, donde se juraba ante la Constitución y una cruz, hoy se ha prescindido de esta última y no pocos cometen perjurio sobre la primera y, qué cosas, para quitar el crucifijo se han aferrado a ese libro gordo que una vez, decían, era ejemplo de democracia y unidad.
Así nos luce el pelo.
Creer es un derecho que algunos quieren volver a encerrar entre muros, arguyendo que es algo íntimo. Nos quieren confundir vendiéndonos que, hoy por hoy, la fe –que al ser adulto es admitida, o no, sin ningún perjuicio- es un yugo, mientras nos imponen cadenas de sus propias ideologías y hablan de libertad sin Dios. Y de forma muy personal, confieso: nunca he sido más preso que cuando me aparté de Él.
Habría que profundizar mucho más en este asunto, no es algo baladí. Por eso mismo, leer y escuchar tanta estupidez al respecto redunda en contribuir al ataque y mofa gratuitos hacia el creyente. Si se respeta el albedrío de declararse y exaltar de forma abierta el escepticismo, ¿por qué no lo contrario? ¿Por qué el desatinado empeño, como en el caso ya nombrado de los bautizos y comuniones por lo criminal, vaciándolo de todo sentido? Porque, ¿qué lógica tienen esas manifestaciones sacadas de su verdadero fuer?
Permítanme que les haga una reflexión sobre ello: La única razón, es encontrar una razón para no dejar de hacerlo.
Lo dicho, así de incoherentes son estas guerras laicas.