Desde lo alto
- Y desde lo bajo, también-,
se divisa,
entre el fango urbano,
una sonrisa inmaculada
sobreviviendo dentro de una burbuja frágil
que ilusiona incorruptibilidad,
pero que quebrará.
Quebrará,
se hará pedacitos,
porque así funcionan las cosas en este mundo.
Este mundo,
que es
constante quiebre,
constante destrucción,
porque quiere ser
otros cuerpos, otros espacios.
Quiere la unión de esos pedacitos,
para poder jugar,
improvisar.
La sonrisa buscará alas que no tiene,
alas que no existen.
No habrá más remedio que la caída.
La caída de la incertidumbre.
La caída del vacío que llena el pecho.
La caída del miedo inevitable:
Ellas, ellos, siendo enormes,
entre rascacielos que tapan el sol,
son criaturas miniaturizadas,
que se topan con la muerte
bajo una zuela de zapato.
Entonces, cae.
Ojos que no quieren ver,
aceptan el golpe.
Hay miradas,
miradas vacías que se pierden
en la marea de la ceguera porteña,
que se cubren los oídos,
a pesar de la sordera.
Sin embargo,
hay una mano.
Hay una mano que viene desde acá abajo,
Una mano que salva a la humanidad
de la máquina sistemática.
No sabemos su motivación.
No sabemos cómo los que están desde lo alto,
no consiguieron apaciguar esa mano.
Se extendió,
levantó
y siguió su andar.
No esperaba nada
porque no necesitaba nada más.
Finalmente,
ella comprendió:
la unión que puede florecer del quiebre,
se armó de esos pedacitos,
y, aunque un poco temerosa,
comenzó a garabatear.