El carrusel de la vida, Erich von Stroheim-Rupert Julian, 1923:
Erich von Stroheim vs. Hollywood.
“En no pocas ocasiones la historia de las películas resulta mucho más apasionante y fascinante, más cinematográfica incluso, que las películas en si mismas. El carrusel de la vida (o Los amores de un Príncipe, que también así se estrenó) es uno de esos casos, una de esas historias del cine. El resultado final, lo que hasta el espectador actual a llegado (que es lo mismo que se vio en su momento por otra parte) no deja de ser un copia desvaída, un montón de huesos con muy poca carne como el propio von Stroheim se refirió a su anterior y también brutalmente mutilada Esposas frívolas, en comparación a la ambición, desmesurada, gargantuesca y tan bigger than life como su propio autor, que alumbró el proyecto inicial. Ni más ni menos que la consecución de la obra total sobre la caída de la Viena de principios del siglo XX, sobre el ideal romántico barrido por la furia realista de la guerra. Un fresco simultáneamente delicado y grotesco, bestial y tierno, sublime y vulgar que contase en su metraje la ciudad ensoñada que pervivía en la imaginación de von Stroheim enfrentada a su decadencia, lo que para el director significaba la aceptación de que aquel mito que se había construido no solo no existía ya sino que, probablemente no hubiera existido nunca. Más aun, era desnudar íntimamente su condición personal de invención, de ficción fantaseada a cerca de si mismo. Frente a frente Erich Oswald Stroheim saliendo de Viena acosada por la guerra y Erich Oswald Hans Carl Maria von Stroheim llegando a los Estados Unido. Merry-Go-Round iba a ser la plasmación metafórica de la doble naturaleza, real y novelesca de su autor.” (continuar)
“Cuerda de un modo diferente“
“En 1951 la literatura le salvó la vida a Janet Frame. No es una manera de hablar. Interna en el sanatorio de Seacliff (extraño nombre literario, “Acantilado del mar”) en Dunedin, Nueva Zelanda, desde hacía casi ocho años y habiendo sido sometida a rondas de electroshocks en un número no menor a doscientos, su diagnosticada esquizofrenia incurable estaba a punto de ser sometida al proceso de lobotomización. Meses antes su primer libro de relatos, La laguna, había sido publicado. Un día antes de la intervención, firmada por su madre en vista de la médicamente declarada incapacidad de la escritora, le fue concedido el galardón literario más prestigioso del país en aquel momento, el Hubert Church Memorial Award. Uno de los médicos leyó aquella mañana en el periódico el nombre de la paciente. Decidió que era mejor que se quedara como estaba. Meses después abandono el hospital. Años más tarde, durante una estancia becada en Londres y sumidad de nuevo en un periodo de desorientación regresó voluntariamente, como había hecho durante su juventud, al psiquiátrico. Allí el doctor Alan Miller determinó que, en realidad, nunca había padecido esquizofrenia y que partes de las secuelas que arrastraba eran producto de los tratamientos habituales de la medicina psiquiátrica de los 50. Su decisión fue desviarla hacía el psicoanálisis y potenciar la introspección con base en su enorme talento literario. Nunca más regresó a ningún manicomio.” (continuar)