Tres relatos, tres formas narrativas que van más allá del vano deseo de figurar. Simplemente escribir, entregarse al oficio que se reconstruye en sí mismo para alcanzar elegancia y maestría en la palabra. En cada página se ve el dominio del proceso narrativo. Cada imagen, cada oración, están allí muy bien escogidas tras un proceso de exquisita selección que da forma a una coherencia absoluta del texto. Esto es lo que hace Carmen Vincenti en sus Guiones solitarios.
El libro abre con Diálogos en el agua, un relato que se destaca por estar la gran parte de sus líneas en modo condicional: las acciones parecen que nunca han sucedido y esa incertidumbre te envuelve de principio a fin. La voz narrativa pone en duda lo que está escribiendo, tal como si el ejercicio escritural mostrara las costuras por donde se va hilando, incluyendo la duda sobre el nombre del personaje principal, Claudio, que también pudiera ser Claudio/Carlos (o Eduardo). Este relato es lo que el maestro José Balza pudiera llamar un “ejercicio narrativo”. Por algo la duda y la muestra sobre el papel en cuanto a lo que la autora busca: “Es necesario que Claudio/Carlos tenga un pasado (oculto). De cuando se llamaba Eduardo...” También es menester agregar que el gran misterio del relato está centrado en la imagen casi fantasmal de la mujer de blanco y en determinar si Claudio es un demente o no, aderezado con los atisbos de humor que le imprimen los peces que dialogan entre sí, quienes además terminan siendo la única compañía de Claudio.
El segundo relato es Monólogo para un crimen. Aquí asistiremos a la historia de una mujer desesperada por cometer un crimen perfecto. Imagina que mata a su jefe (¿quién no lo ha hecho?), pero son unos vecinos los candidatos perfectos para hacer apología del crimen. Uno de los detonantes para llevar a cabo su malévolo plan, ha sido la lectura de El asesinato como una de las bellas artes de De Quincey, en donde halló la motivación para llevar a cabo el asesinato. Pensó en la ingesta de “fugu”, pero se decantó por utilizar un par de escorpiones amaestrados para concretar el crimen. La particular descripción que hace la autora de los escorpiones es fisiológicamente magistral y mientras la piel se te eriza en la lectura, la asesina, una destacada orfebre, se encomienda a los santos como todo buen sicario que se precie: “San Eligio, patrono de los orfebres, protege mis pasos”, dice.
El tercer y último relato se titula Solo a varias voces en donde lo más destacado en sus páginas es el proceso de humanización de todas y cada una de las cosas que participan en él. El espejo, el piano, las paredes, el escaparate, el reloj de pared, las cajas de libros y muchas cosas más, atestiguan la historia de una hermosa, solitaria y triste escritora que despertaba envidia en las demás mujeres y a quien le llegó tarde la gloria, y su hija, la cual no se sentía para nada contenta con el oficio de su progenitora. Cada objeto presenta su propia perspectiva de la situación pero no hay interacción alguna entre ellos, y mientras se desarrolla la historia, aparecen algunos misteriosos manuscritos como un inesperado testamento que dará cuenta de quiénes serán los favorecidos en una hipotética herencia.
Guiones solitarios ofrece a sus lectores la esencia misma de lo que es escribir, narrar para el deleite de quien no se conforma con menos. Aquí puede verse perfectamente una pluma depurada, que incluso, halla de manera sutil, la incorporación de la denuncia y la crítica a la situación política tan en boga hoy día en nuestro país, sin que ello se transforme en el asunto primordial de lo que se cuenta. Un simple guiño para tomar postura ante una realidad inevitable. Una lectura más que recomendable.