Gustavo Benavides: El discurso de la teología de la liberación en perspectiva

Por Zegmed

Las líneas que siguen están dedicadas a hacer una breve síntesis de los argumentos centrales del artículo de Gustavo Benavides (aquí una lista de sus principales publicaciones) que titula, aunque traducido, este post. Agradezco, además, la gentileza de Benavides quien, sin conocerme, tuvo a bien hacerme llegar buena parte de sus textos después de que lo contactara tras verlo en una excelente entrevista con Marco Aurelio Dengri hace ya algunos años. El artículo que revisaré, para quienes deseen buscarlo, es un texto breve, pero muy interesante que vale la pena comentar en varios niveles. El mismo data de 1985 y fue publicado originalmente en Darrol Bryant/Mataragnon (eds.) The Many Faces of Religion, NY: Parangon. Paso, pues, al tratamiento del texto.

Una primera cuestión importante es que según Benavides, la teología cristiana debe entenderse como un elemento superestructural, esto es, como una ideología respecto del cristianismo que es uno de los componentes clave de la estructura inherente de toda sociedad que se considere cristiana. La teología cristiana es, pues, una reflexión de segundo orden sobre un sistema de valores que conforma el centro de una cultura dada, en el caso de la teología de la liberación, con sus variantes, la cultura cristiana latinoamericana (123). Esto, me parece, no supone gran novedad, aunque sí alguna, si se tiene en cuenta la diferenciación de Gutiérrez –que aparece en más de una de sus obras– entre acto primero y acto segundo: la teología siempre ha sido para él una cuestión de segundo orden respecto de la experiencia de fe, aun cuando la consideración ideológica no sería compartida, sospecho.

Ahora bien, el centro del argumento de Benavides radica en el hecho de que siendo un constructo ideológico, la teología de la liberación pretende reclamar para sí autonomía histórica (123). La contradicción estaría entre el surgir espontáneo de la reflexión teológica y, de otro lado, su condicionamiento histórico, asunto que es permanentemente recordado por Gutiérrrez. En palabras de Benavides: “La ambigüedad fundamental de la posición de Gutiérrez se debe a la imposible tarea que el se ha trazado para sí mismo: mantener el fundamento transhistórico de su fe y, al mismo tiempo, tratar de situar esa fe en la concreción de la América Latina contemporánea” (124).

Benavides piensa, y se basa en ejemplos históricos, que ninguna teología que pretenda ser “ortodoxa” puede cuestionar los valores estructurales de una sociedad sin perder con ello su legitimidad en el proceso. Cuando hay un cuestionamiento tal, señala el autor, varios caminos son los que se desarrollan según lo ha probado la historia: en algunos casos los miembros del nuevo sistema crítico son eliminados o forzados al suicidio; en otros casos se fuerza al nuevo sistema de tal suerte que termine “domesticado” e integrado dentro del cuerpo ideológico vigente; una tercera alternativa es la de la “espiritualización” del nuevo sistema crítico: el nuevo movimiento, inicialmente peligroso, es revestido por la ideología dominante de un aura solamente espiritual y se le despoja así de toda su fuerza crítica (124). Es posible, finalmente, que el nuevo movimiento escape de todo esto y logre encontrar una nueva estructura política que lo legitime y que, a la vez, encuentre su legitimidad en el movimiento.

¿Cómo se sitúa la TL en este contexto? Bueno, la vía de la aniquilación de hecho fue practicada: los casos de Monseñor Romero, Camilo Torres, Ellacuría y los demás jesuitas así lo atestiguan, aunque hubo diferencias entre ellos, claro. La domesticación también trató de ponerse en práctica, siendo el cardenal Alfonso López Trujillo uno de los más serios críticos. La vía de la espiritualización también tuvo lugar, sobre todo del lado de Buenaventura Kloppenburg. En resumen, para Benavides, ante un contexto tal la TL solo tuvo dos opciones reales: volverse más radical e independizarse de la autoridad de la Iglesia Católica (algo que EDLJ siempre me dice) o acomodarse como un ala “radical” más o menos tolerable dentro del establishment teológico. Esto último, por supuesto, supone también un reacomodo de la perspectiva de la ideología teológica dominante (125).

Para el autor del ensayo, si lo leo bien, la teología de la liberación, al menos en el caso de Gutiérrez (lo cual aplica también para Bartolomé de Las Casas (130), habría recorrido, fundamentalmente, el segundo camino. Esta habría sido absorbida por la fuerza de la ideología dominante, habría hecho importantes concesiones —el establishment también, aunque menores, claro— y habría terminado por convertirse en una forma de legitimación del sistema de creencias dominante. Es, se me permita el juego, como cuando en Matrix 3 se le confirma al elegido que, en realidad, este era una anomalía prevista por el sistema, cuya función nunca fue la de cambiar las cosas, sino la de dar a este un suerte de respiro frente a la severidad de los problemas y la crítica: la gente se entusiasma con el movimiento rebelde, se une a él, inicia la lucha, pero con el tiempo se da cuenta de la inmensidad del sistema contra el que se opone y termina o por desistir o por integrarse como una facción crítica, mas irrelevante para el cambio en tanto siempre fue prevista y su acción, desde el inicio, controlada.

Así vistas las cosas, afirma Benavides, la teología de la liberación puede ser vista como un ejercicio interno para preparar el camino ante un eventual cambio o desarrollo de América Latina, un cambio en el cual la Iglesia aún pueda sentirse cómoda y vigente. El hecho, nos dice, de que la mayoría de los católicos viva en países donde prima la pobreza hace necesario que la Iglesia, en búsqueda de su acomodo y supervivencia– desarrolle una interpretación teológica que la legitime en el caso de la venida de cambios sociales radicales (130).

Esta interpretación, concluyo, me parece muy discutible. Creo que Benavides pierde de vista muchos factores relativos al modo en que esta experiencia teológica surgió y se mantiene viva, al modo en que se hace verdad en la gente de las comunidades de base, en los religiosos, religiosas y sacerdotes comprometidos con una transformación de la sociedad desde una perspectiva evangélica. Gutiérrez siempre señala que su proyecto teológico no es más que una lectura atenta del evangelio y del modo en que el Señor opta prioritariamente por los que sufren despojo y abandono. Es desde ese contexto y, claro, desde la pobreza de nuestra gente, que Gutiérrez gesta su teología; mas no se trata de un ejercicio meramente socio-político, como parece sugerir Benavides, sino de un acto genuinamente cristiano basado en una profunda espiritualidad. Siendo todo esto cierto, no obstante, no puedo dejar de decir que este texto de Benavides, a pesar de su brevedad, debe ser una de las cosas más interesantes que he leído en perspectiva crítica sobre la TL. Recomiendo altamente su lectura y me comprometo a seguir revisando su trabajo y compartiéndolo por esta vía.